“Este número de por sí, ha tenido connotaciones negativas en muchas culturas, principalmente vinculadas a la religión. En la Cábala judía son 13 los espíritus malignos, cifra que se asocia también al carnero, víctima que Abraham debía sacrificar a Dios. El cristianismo tiene tres malos augurios al respecto: trece eran los asistentes a la Última Cena. Se cree que Dios fue crucificado en un viernes 13 y, finalmente, cuando se escribió el Libro del Apocalipsis, el Anticristo aparece en el decimotercer capitulo. Incluso en la mitología vikinga encontramos una referencia a la calamidad del número 13, ya que se asociaba a Loki, un Dios traicionero y caótico, por lo que esta cifra se considera coaligada con los malos augurios”
Pero no
es mi intención guiarme por ninguna de las repetidas opiniones que, sobre el
tema aparecen en internet. Aunque ha transcurrido mucho tiempo, quiero contar
de forma breve las veces que, en un corto periodo, apareció en mi vida ese
número al que casi todos miramos con
bastante recelo.
Empezaba
el año 1980, para nosotros –mi familia-- tiempo de cambios e incertidumbre. En
esa fecha, por motivo relacionado con mi profesión, me trasladaron a Santa Cruz
de Tenerife. Incorporado al nuevo destino, como desde el primer momento fue nuestra
intención reunirnos todos en la nueva Ciudad tan pronto fuera posible, dedicaba
casi todas mis horas libres a buscar
vivienda, cosa que no resultaba fácil. Por fin, en un bloque cercano al
trabajo, en su planta TRECE encontré
un piso por el que tenía que pagar cada mes TRECE mil pesetas de alquiler.
Antes de
marchar me había deshecho de un coche pequeño que usábamos pues, aprovechando
la bonanza económica de las islas en el sector del automóvil, deseábamos
comprar uno nuevo algo mayor. Tras rebuscar en el mercado, nos decidimos por el
Seat 131 Supermirafiori. Cuando fuimos a recogerlo al concesionario -me
acompañaba mi mujer-, nos atendió un señor que nos condujo a una amplia nave
donde había decenas de autos. En ese momento, la persona que nos guiaba,
señalando uno determinado, dijo: ¡bueno, este es el vuestro!; esperen unos
minutos que lo limpiemos pues, en el cristal delantero (parabrisas), rayado con
rotulador amarillo aparecía un número enorme, concretamente el TRECE. Pero no termina ahí la historia.
El día TRECE de mayo del mismo año
falleció mi hermana Antonia.
Tal como
ocurrió, así lo cuento. ¿Maleficio, casualidad? No sé explicarlo. Como no soy
persona supersticiosa, me inclino más bien por lo segundo, aunque los hechos
relatados, a lo largo de los años me hayan hecho cavilar más de una vez.
Decir por último que, a pasar de la distancia
en el tiempo, todavía recordamos con cariño nuestra estancia en la isla que fue
de tres años consecutivos. Allí tuvimos la ocasión de relacionarnos muy de
cerca con los “chicharreros”; gente del lugar, noble, sencilla y maravillosa. Una
vez acoplados a sus costumbres, nos ayudaron a que nuestro vivir de cada día fuese
de lo más agradable.
J.M.Santos
No hay comentarios:
Publicar un comentario