viernes, 8 de mayo de 2020

"Juventud resignada"

      
          A todos los que tuvimos que abandonar nuestra tierra allá por los 60 


Sientes como te vas acercando
a los últimos recodos del sendero.
Te das cuenta que han pasado los años,
despacio,  pero es lo cierto…
Ves como han quedando en el aire
mil proyecto,  inquietudes que nacieron.
Pero es la vida quien te despierta de un sueño
y encuentras, que sólo quedan recuerdos
que oprimen, alegran, o se pierden,
como nube arrastrada por el viento. 

¿Cómo olvidar de aquella niñez los juegos?
La pingola, el repión, los bolindres.
O aquel "chicuento" tan nuestro.
El hambre feroz, hiriente,
saciada con tocino, el más añejo.
¡Y aquel mi primer maestro!...
gruñón, honrado, dispuesto.
¡Cuántas veces pronunciaba!:
“A lo largo de la vida, lo que cuenta es ser honesto”.
            Infancia dura pero…¡qué feliz aquellos tiempos! 

Cierro los ojos y en el silencio,
todavía escucho la corriente suave de los arroyos,
el silbido armónico, inconfundible,
de los bandos de tordos sobre los olivares.
O al cárabo de la madrugada
dejando en el aire su mensaje cargado de misterio.
Oigo al herrerillo que anidaba
en la trueca de la encina vieja de aquel cerro.
Recuerdo la belleza de las flores blanquecinas
de aquellos campos de jaras, inmensos, como el mar. 

Sueño con la besana, los surcos,
uno junto al otro, rectos…
la chambra negra, raída,
que guardaba la petaca y el yesquero,
o aquel pantalón de pana
zurcido y con tantos remiendos…
Los fríos amaneceres
mirando con fijeza al cielo
tratando de adivinar si habría lluvia, sol o viento…
¡Cómo poder olvidar que también yo fui labriego! 

Recuerdo la despedida de un día ya muy lejano.
Aquella sonrisa limpia de niña-mujer…
la mirada tierna, furtiva,
de unos ojos humedecidos…
y su silencio, cómplice de la ilusión
escondiendo tantos sentimientos.
   Recuerdo el pañuelo que se hacía pequeño
cuando el viejo autobús se alejaba
dejando atrás las últimas casas del pueblo.
Momentos, que no consiguió borrar el tiempo. 

Triste recuerdo yo aquellas horas...
¡Qué nudo en la garganta!...
Atrás quedaban raíces, costumbres, amigos.
            Las palabras de una madre                                                     
una y otra vez diciendo: ¡mucho cuidado hijo!...
Quedaban dieciocho años…
lo mejor de aquella juventud resignada,
sin horizonte, sin puerto…
mirando cada amanecer al cielo,
sin poder adivinar si habría lluvia, sol o viento.

¡Como poder olvidar que también yo fui labriego!


                                                                   J.M. Santos


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