El relato
que sigue es un episodio más de los muchos que ocurrieron en Encinasola entre
carabineros y hombres que se dedicaban a trasportar las famosas “mochilas de
café” desde la frontera portuguesa hasta los mil y un destino. Quizá haya que
resaltar en este caso, la solidaridad demostrada por unos vecinos que, sin
interés particular, hicieron causa común con los protagonistas del mismo.
Los hechos que se cuentan tuvieron
lugar el 27 de Enero de 1964. Ese mismo día había sido enterrado tío Narciso “bubú”,
hombre apreciado y respetado al que tuve el placer de conocer muy de cerca. Después
de asistir a su funeral, Leonardo “bailaó”, Antonio “capa-melones” y Vicente “manta-larga”,
contrabandistas de primera fila, decidieron llevar a cabo un porte de café desde
Encinasola hasta Higuera la Real.
Adelantada ya la tarde, con sus bestias
cargadas acordaron seguir la ruta del
Camino de la Cañá con dirección al Pico de los Castillos, para continuar después
hacia las cumbres de la finca Berrón.Tratando siempre de llegar a su destino
de la forma más discreta, como estrategia, tío Leonardo abría la marcha en
solitario, mientras sus compañeros le seguían a una distancia prudencial.
Cruzaban por “La Cañá ” cuando, un amigo de
confianza que se encontraba gradeando la sementera en su cercado, les hizo
saber que fuesen tranquilos, pues en ningún momento del día había visto por
la zona “moros en la costa”.
Todo marchaba a pedir de boca.
Habían bajado el pronunciado descenso que conduce al barranco El Caño disponiéndose, tras cruzar el arroyo, a subir por la muy empinada y tortuosa
cuesta que los llevaría hasta las cumbres de Berrón. Se acercaban a la casa de
la referida finca situada en la parte izquierda del camino. De pronto --casi
de sopetón--, tras un recodo muy cerrado y semi-ocultos por la maleza, se
dieron de cara con una pareja de carabineros. ¡Me cachis en la mar… pero si ese
que traen detenido “los tíos” es Leonardo!... ¡¡ Corre Vicente!!... gritó
Antonio.
Debido a la escasa distancia entre
agentes y contrabandistas, poco margen de maniobra quedaba a éstos. A pesar de
todo, con sus bestias de cabestro huyeron instintivamente campo a través por
entre las abundantes retamas y aulagas tratando de poner tierra por medio. Los
carabineros, --que en principio también se vieron sorprendidos-- en su afán por
apresar a los que corrían, abandonaron en parte la custodia de tío “Bailaó”;
ocasión que aprovechó para escapar. Los tres, aunque habían conseguido burlar
la persecución, tuvieron que dejar atrás sus bestias; dos mulos y un burro, con
sus cargas correspondientes.
Cansados y siguiendo direcciones distintas, cada uno como pudo, al anochecer fueron llegando al pueblo. Su mayor disgusto fue quedarse sin los animales que, tras ser intervenidos, fueron encerrados en las cuadras de la posada de tío Cuatro-vientos existente en la calle Sevilla (hoy supermercado).
Cansados y siguiendo direcciones distintas, cada uno como pudo, al anochecer fueron llegando al pueblo. Su mayor disgusto fue quedarse sin los animales que, tras ser intervenidos, fueron encerrados en las cuadras de la posada de tío Cuatro-vientos existente en la calle Sevilla (hoy supermercado).
Pasaron varias semanas. Cada día, los
que habían sido sus propietarios las veían con nostalgia y pena cuando por la
tarde cruzaban el Ensanche para ser llevadas al abrevadero en el Pilar.
Transcurrido más o menos un mes, no
tardó en anunciarse la subasta pública de las bestias. En solidaridad con los
que habían sido sus dueños, como consigna rigurosa, pronto se extendió por el
pueblo el rumor de que nadie debería pujar por ellas. Cuando llegó el día
señalado, a los interesados les parecía demasiado descaro presentarse a la
subasta y ofertar cantidad alguna por lo que, previamente, cada uno de ellos
buscó a la persona de confianza para que lo hiciera. En nombre de tío Leonardo
debería hablar un amigo, de nombre Marta, que vivía por La Peña. El lugar de Antonio
“Capa-melones” lo ocuparía Miguel “Boquirri” y José “el portugués”, se haría
cargo de pujar por el burro de Vicente “manta-larga”.
Se inicia el tanteo desde el balcón
del Ayuntamiento dándose a conocer las cantidades: ¡¡Hay quien de más!!...
repetía gritando una y otra vez el subastador. En la plaza abarrotada de gente,
el silencio se palpaba, pero nadie entre los muchísimos presentes abrió su
boca. Sí lo hicieron los ya mencionados que, por el precio anunciado de salida,
consiguieron recuperar los animales. Sus dueños, pacientes y emocionados, esperaban tras unas copas de aguardiente en el viejo bar de Arturo.
Es de resaltar, que por aquellas
fechas había en el pueblo varios “corredores” dedicados plenamente a la
compraventa; principalmente, de bestias. Entre ellos se encontraba el muy
conocido y famoso por sus tratos, tío Cruz. Cualquiera pudo haber negociado
aprovechando la ocasión que se les presentaba. Ninguno pronunció palabra.
J.M. Santos
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