lunes, 4 de mayo de 2020

Contrabandistas


   El relato que sigue es un episodio más de los muchos que ocurrieron en Encinasola entre carabineros y hombres que se dedicaban a trasportar las famosas “mochilas de café” desde la frontera portuguesa hasta los mil y un destino. Quizá haya que resaltar en este caso, la solidaridad demostrada por unos vecinos que, sin interés particular, hicieron causa común con los protagonistas del mismo.

       Los hechos que se cuentan tuvieron lugar el 27 de Enero de 1964. Ese mismo día había sido enterrado tío Narciso “bubú”, hombre apreciado y respetado al que tuve el placer de conocer muy de cerca. Después de asistir a su funeral, Leonardo “bailaó”, Antonio “capa-melones” y Vicente “manta-larga”, contrabandistas de primera fila, decidieron llevar a cabo un porte de café desde Encinasola hasta Higuera la Real.

       Adelantada ya la tarde, con sus bestias cargadas  acordaron seguir la ruta del Camino de la Cañá con dirección al Pico de los Castillos, para continuar después hacia las cumbres de la finca Berrón.Tratando siempre de llegar a su destino de la forma más discreta, como estrategia, tío Leonardo abría la marcha en solitario, mientras sus compañeros le seguían a una distancia prudencial.

    Cruzaban por “La Cañá” cuando, un amigo de confianza que se encontraba gradeando la sementera en su cercado, les hizo saber que fuesen tranquilos, pues en ningún momento del día había visto por la zona “moros en la costa”.

   Todo marchaba a pedir de boca. Habían bajado el pronunciado descenso que conduce al barranco El Caño disponiéndose, tras cruzar el arroyo, a subir por la muy empinada y tortuosa cuesta que los llevaría hasta las cumbres de Berrón. Se acercaban a la casa de la referida finca situada en la parte izquierda del camino. De pronto --casi de sopetón--, tras un recodo muy cerrado y semi-ocultos por la maleza, se dieron de cara con una pareja de carabineros. ¡Me cachis en la mar… pero si ese que traen detenido “los tíos” es Leonardo!... ¡¡ Corre Vicente!!... gritó Antonio.

       Debido a la escasa distancia entre agentes y contrabandistas, poco margen de maniobra quedaba a éstos. A pesar de todo, con sus bestias de cabestro huyeron instintivamente campo a través por entre las abundantes retamas y aulagas tratando de poner tierra por medio. Los carabineros, --que en principio también se vieron sorprendidos-- en su afán por apresar a los que corrían, abandonaron en parte la custodia de tío “Bailaó”; ocasión que aprovechó para escapar. Los tres, aunque habían conseguido burlar la persecución, tuvieron que dejar atrás sus bestias; dos mulos y un burro, con sus cargas correspondientes.
     Cansados y siguiendo direcciones distintas, cada uno como pudo, al anochecer fueron llegando al pueblo. Su mayor disgusto fue quedarse sin los animales que, tras ser intervenidos, fueron encerrados en las cuadras de la posada de tío Cuatro-vientos existente en la calle Sevilla (hoy supermercado).

     Pasaron varias semanas. Cada día, los que habían sido sus propietarios las veían con nostalgia y pena cuando por la tarde cruzaban el Ensanche para ser llevadas al abrevadero en el Pilar.       
Transcurrido más o menos un mes, no tardó en anunciarse la subasta pública de las bestias. En solidaridad con los que habían sido sus dueños, como consigna rigurosa, pronto se extendió por el pueblo el rumor de que nadie debería pujar por ellas. Cuando llegó el día señalado, a los interesados les parecía demasiado descaro presentarse a la subasta y ofertar cantidad alguna por lo que, previamente, cada uno de ellos buscó a la persona de confianza para que lo hiciera. En nombre de tío Leonardo debería hablar un amigo, de nombre Marta, que vivía por La Peña. El lugar de Antonio “Capa-melones” lo ocuparía Miguel “Boquirri” y José “el portugués”, se haría cargo de pujar por el burro de Vicente “manta-larga”.

       Se inicia el tanteo desde el balcón del Ayuntamiento dándose a conocer las cantidades: ¡¡Hay quien de más!!... repetía gritando una y otra vez el subastador. En la plaza abarrotada de gente, el silencio se palpaba, pero nadie entre los muchísimos presentes abrió su boca. Sí lo hicieron los ya mencionados que, por el precio anunciado de salida, consiguieron recuperar los animales. Sus dueños, pacientes y emocionados, esperaban tras unas copas de aguardiente en el viejo bar de Arturo.

        Es de resaltar, que por aquellas fechas había en el pueblo varios “corredores” dedicados plenamente a la compraventa; principalmente, de bestias. Entre ellos se encontraba el muy conocido y famoso por sus tratos, tío Cruz. Cualquiera pudo haber negociado aprovechando la ocasión que se les presentaba. Ninguno pronunció palabra.  
                                                                                                                       J.M. Santos


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