Aunque sin poder precisar, este relato que se cuenta
debió tener lugar entre los años 1927-31, fechas próximas a la llegada de la
Segunda República.
España vivía
convulsionada por los acontecimientos políticos de cada día. El fin de la
Dictadura de Primo de Rivera, los pronunciamientos encabezados por los
capitanes Fermín Galán y Angel García Hernández, el exilio del Rey Alfonso XIII;
así como otros hechos destacables que no presagiaban nada halagüeño.
Pero no es mi intención relatar sucesos ampliamente
conocidos por todos y contados ya tantas veces por plumas relevantes. Quiero
hablar de cosas sencillas de nuestro pueblo que, a veces, no por sencillas
dejan de ser interesantes.
Por aquellos años, llegado el verano, se formaban
grandes cuadrillas de segadores. Hoz en mano, trabajaban a jornal durante toda
la campaña en los tajos de los grandes latifundios; ocupación ya extinguida que
resultaba agotadora. Aprovechando la “fresca” --así se decía--, con la primera
luz del día empezaba la faena, continuando bajo el sol abrasador de junio-julio
hasta que, sobre el medio día, el manijero mandaba hacer un alto para comer.
Terminada la merienda y todavía casi con
la comida en la boca, se incorporaban de nuevo a la faena hasta “dar de mano”
en hora próxima a la puesta de sol.
Llegaba una nueva temporada de siega y con ella, las
duras jornadas que ponían a prueba la resistencia física de los mejores mozos
de las cuadrillas. Por otro lado, Encinasola tampoco era ajena a los movimientos
sindicalistas apoyados por los distintos partidos políticos del momento. Quizá
fueran los socialistas los que con más afiliados y simpatizantes contaban. Su sede
se encontraba en la Plaza, concretamente en los altos de lo que fue la Posada
del Rincón. Se conocía como La Sociedad y componía su directiva tío Lorenzo “El
de la cooperativa”, Cesáreo “Marin”, José Manuel “Pavo”, Manuel Márquez
“Tulipán” y Manuel “Maleno”; hombres todos del campo y conocedores en sus
propias carnes de la dureza de ese trabajo.
Atendiendo el sentir de los segadores, decidieron concertar
una reunión con los dueños de las fincas a fin de hacerles llegar el
descontento general entre los del gremio. La misma tuvo lugar en el
Ayuntamiento, asistiendo por parte de los segadores los ya reseñados. La
patronal estaba representada por tío Ascensión Márquez “Vinagre”, Vicente
“Pelo-liebre”, Toribio “Llaga” y Francisco Márquez, siendo posible que hubiera
algunos más, de uno u otro lado, que no se citen.
Durante el encuentro se reivindicó la necesidad de
disfrutar de más tiempo libre durante el descanso de medio día; tiempo que
aprovecharían los trabajadores para comer y, seguidamente, echar una “cabezaílla”
mientras los rayos del sol se dejaban sentir con más intensidad. Tras largo y
duro debate, la reunión terminó con resultado positivo a favor de los
jornaleros, acordándose un descanso de dos horas; compromiso que tendría
vigencia cada año desde las Cruces de Mayo hasta final de Agosto.
Visto desde hoy, lo conseguido puede parecer
insignificante para algunos, pero en aquellos tiempos tuvo gran repercusión. El
hecho referido se haría muy popular en el pueblo, siendo recordado como “El
acuerdo de la siesta".
J.M. Santos
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