miércoles, 5 de marzo de 2008

TODOS TENÍAN HAMBRE



Ya no se escuchaban los estallidos de las bombas. Fueron muchos los jóvenes que habían dejado su vida en cualquiera de los frentes.  Otros, victoriosos o vencidos, volvieron a sus casas. Llegaba la década de los 40 y para las familias pobres, daba comienzo otra nueva y larga guerra tan dura y no menos cruel: la del hambre.

Hace tiempo que el protagonista de estos hechos me contó este  sencillo relato que sigue. Por aquellos años fueron muchas las personas de Encinasola que se desplazaban hasta la frontera portuguesa tratando de encontrar – decir mendigar estaría mejor expresado--- algo de comida.
Una noche antes de acostarse, dijo un padre a su hijo: ¡muchacho!... mañana tienes que ir a Portugal. Con el dinerillo que te de tu madre, tráete un poco de arroz, garbanzos y algo de harina. Alarga las “perras” todo lo que puedas  a ver si puedes acarrear también un pan.
Como las decisiones de los padres de aquellos años eran como “sentencias” aquel niño, con sus catorce años y sin rechistar, se levantó temprano. A pie, al igual que en otras ocasiones, emprendió el camino hacia la frontera.
Volvía ya con su compra al hombro subiendo la cuesta de Cagapalitos con dirección al pueblo. Al saltar la pared del cercado de tío Nuario, vio la silueta de un hombre envuelto en una manta que le gritaba: ¡Párate muchacho!... ¡Acércate y dime  lo que llevas ahí!... El zagal, sorprendido y asustado, al percatarse de que se trataba de un carabinero, caminó hacia él hasta situarse a su lado. Éste, después de repasar las cosillas que el niño llevaba en el costal, con  una navaja grande que sacó de su bolsa de cuero negro, agarró el pan y cortándole un trozo dijo: ¡Toma... Guarda el resto de pan!... Le dice a tu padre que lo que le falta me lo he comido yo.
Cuando el joven llegó a su casa y contó lo sucedido, el padre prohibió con rigor a su familia que se hiciese ningún comentario que pudiera perjudicar la reputación del agente. Quedaron incluso agradecidos de él, al haber permitido dejar pasar el resto de las prebendas que traía el niño.
El carabinero, que al parecer fue bastante conocido durante su estancia en pueblo, se llamaba Cayetano. El niño no era otro que Antonio “Capamelones”, hoy ya con una edad  pasada de los 80 años.

                                                                                        J. M. Santos










2 comentarios:

  1. Sr. Lunes: no debería estar muy sobrado el tal Cayetano, carabinero a la sazón, cuando tuvo aquel proceder. No descarto su honradez cuando pudiendo lo mas, se avió con lo menos.

    ResponderEliminar
  2. Una historia interesante. Como las muchas que he podido ir descubriendo en este blog. Por mi juventud no llegué a vivir aquellos días de tan difícil supervivencia, pero tal vez por ello me resultan más emocionantes estas historias de seres humanos, sin más trampa ni cartón, ni más ansia en su proceder que la de vivir día tras día.

    Enhorabuena, amigo Lunes, por esta nueva y magnífica pieza de periodismo literario (y lo dice uno que sabe de lo que habla)

    ResponderEliminar