Ya no se escuchaban los estallidos de las bombas. Fueron
muchos los jóvenes que habían dejado su vida en cualquiera de los frentes. Otros, victoriosos o vencidos, volvieron a sus
casas. Llegaba la década de los 40 y para las familias pobres, daba comienzo otra
nueva y larga guerra tan dura y no menos cruel: la del hambre.
Hace tiempo que el protagonista de estos hechos me contó
este sencillo relato que sigue. Por
aquellos años fueron muchas las personas de Encinasola que se desplazaban hasta
la frontera portuguesa tratando de encontrar – decir mendigar estaría mejor
expresado--- algo de comida.
Una noche antes de acostarse, dijo un padre a su hijo:
¡muchacho!... mañana tienes que ir a Portugal. Con el dinerillo que te de tu
madre, tráete un poco de arroz, garbanzos y algo de harina. Alarga las “perras”
todo lo que puedas a ver si puedes acarrear
también un pan.
Como las decisiones de los padres de aquellos años
eran como “sentencias” aquel niño, con sus catorce años y sin rechistar, se
levantó temprano. A pie, al igual que en otras ocasiones, emprendió el camino
hacia la frontera.
Volvía ya con su compra al hombro subiendo la cuesta
de Cagapalitos con dirección al pueblo. Al saltar la pared del cercado de tío
Nuario, vio la silueta de un hombre envuelto en una manta que le gritaba: ¡Párate
muchacho!... ¡Acércate y dime lo que
llevas ahí!... El zagal, sorprendido y asustado, al percatarse de que se
trataba de un carabinero, caminó hacia él hasta situarse a su lado. Éste, después
de repasar las cosillas que el niño llevaba en el costal, con una navaja grande que sacó de su bolsa de
cuero negro, agarró el pan y cortándole un trozo dijo: ¡Toma... Guarda el resto
de pan!... Le dice a tu padre que lo que le falta me lo he comido yo.
Cuando el joven llegó a su casa y contó lo sucedido, el
padre prohibió con rigor a su familia que se hiciese ningún comentario que
pudiera perjudicar la reputación del agente. Quedaron incluso agradecidos de él,
al haber permitido dejar pasar el resto de las prebendas que traía el niño.
El carabinero, que al parecer fue bastante conocido
durante su estancia en pueblo, se llamaba Cayetano. El niño no era otro que
Antonio “Capamelones”, hoy ya con una edad
pasada de los 80 años.
J. M. Santos
Sr. Lunes: no debería estar muy sobrado el tal Cayetano, carabinero a la sazón, cuando tuvo aquel proceder. No descarto su honradez cuando pudiendo lo mas, se avió con lo menos.
ResponderEliminarUna historia interesante. Como las muchas que he podido ir descubriendo en este blog. Por mi juventud no llegué a vivir aquellos días de tan difícil supervivencia, pero tal vez por ello me resultan más emocionantes estas historias de seres humanos, sin más trampa ni cartón, ni más ansia en su proceder que la de vivir día tras día.
ResponderEliminarEnhorabuena, amigo Lunes, por esta nueva y magnífica pieza de periodismo literario (y lo dice uno que sabe de lo que habla)