Guardo de aquellos
años el recuerdo de una madre cariñosa, abnegada, enérgica --pero no
autoritaria--. Siempre trató de guiar a sus hijos por el camino más acertado,
inculcándoles valores tan sencillos como son la honradez y el respeto a los
demás, creando el ambiente propicio para una convivencia normal a lo largo de la
vida.
Pero no es mi intención hablar de una
familia en particular, sino de todas aquellas de los años 50-60. Cualquier
niño, principalmente los nacidos en el ambiente
rural, cada mañana se veían obligados por la necesidad a acompañar a sus padres
ayudando en las faenas del campo. Eran privilegiados los pocos que podían
asistir a la escuela. Sin medios y con esfuerzo, algunos aprendían a escribir
su nombre, las cuentas --así se decía-- y poco más
Lo que si arraigaba profundamente en ellos,
tal como se ha dicho, eran los principios que sus padres habían sabido enseñarles.
Significativo es señalar, que la mayoría de aquellos niños tuvieron la suerte
de convivir muchas horas al lado de sus abuelos, con los que estaban muy
unidos. La influencia y el asesoramiento de éstos sería parte importante en su comportamiento.
Si alguna persona mayor te reñía por cualquier
motivo, pronto resaltaba el color de tus mejillas y, avergonzado, obedecías sin
rechistar. Siendo casi analfabetos, desde
pequeños teníamos claro que la convivencia
de cada día estaba basada en el respeto, normas y costumbres que había que
seguir.
Destacaba el papel representado por el
hermano mayor, que era respetado y hasta casi venerado por los menores, sobre
los que hacía valer su indiscutible autoridad. Ocupaba el puesto de cabeza de
familia cuando éste faltaba por
cualquier motivo. Su sobresaliente posición no le salía gratis, ya que al ser
la persona de confianza y el apoyo de sus padres, se obligaba a si mismo a
estar siempre en vanguardia, tanto en el trabajo como ante cualquier problema
que surgía. Más de un primogénito sacrificó bastantes de sus derechos como
persona en beneficio de sus hermanos, renunciando incluso al matrimonio en
algunos casos, tratando siempre de sacar adelante a los suyos en aquellos años
de tanta pobreza.
Diré también, que ante cualquier
desavenencia o disputa entre los hermanos --cosa frecuente--, si alguno se
“pasaba de tono”, aparecía de inmediato la autoridad de la madre que no tenía
reparos en repartir cuatro “cachetes”; remedio efectivo con el que
conseguía restablecer el orden. Y no
ocurría nada cuando tomaba tal medida. La unidad y el afecto entre todos los
miembros seguían intacto. Diría que incluso aumentaba.
La palabra “niño traumatizado” como dicen
ahora los estudiosos del tema, no se escuchaba tan a la ligera. Cuando por tu mente no pasaba otra idea que la de tener
que salir cada día a “buscarte las habichuelas”, no quedaba hueco para
desequilibrios psicológicos. Fue bastantes años después cuando la frase “trauma
infantil” se empezó a escuchar hasta la saciedad.
Dentro del ambiente descrito no fuimos
haciendo mayores. Conocimos
Lejos
quedan ya aquellos tiempos y cuan distintos son los actuales. Lo que no he podido
asimilar todavía después de tantos años transcurridos, es el concepto de
familia que se vive hoy. Sin generalizar pienso, que siendo la institución
básica más importante dentro de
Por aquellos años, en el seno de la
familia se hablaba y se escuchaba. Ante cualquier problema surgido, bien por
enfermedad, económico o de cualquier tipo, allí estaban pequeños y mayores
unidos incondicionalmente. El común
denominador de todos era la solidaridad. Hoy, lo primero que falta es la
comunicación. No se dialoga ni se comenta. Los padres gastamos cantidades
importantes de dinero --a veces sin tenerlo--, en juegos y distracciones de
toda clase, contribuyendo con ello al aislamiento de nuestros hijos en sus
habitaciones, donde pasan el tiempo colgados de cualquier artilugio. De esa
forma no molestan…
Existen numerosas familias en las que se
ha perdido el respeto, motivando que sus estructuras se tambaleen. Si miramos cada
cual hacia nuestro espejo particular --sin entrar en detalles--, posiblemente
llegaríamos a la conclusión de que la culpa principal de esta situación la
tengamos los padres. Aunque cargados de buenas intenciones, no supimos encauzar
a nuestros hijos, como tampoco decir ¡no!... en el momento oportuno; quizá por aquello de que “no pase el niño” por las
mismas privaciones que yo cuando era joven”.
Sin duda, también existirán otras
motivaciones, pero lo cierto es, que a lo largo de los años creo que hemos ido
cediendo espacio; demasiado espacio. Dejándonos llevar por corrientes poco acertadas,
consintiendo y propiciado comportamientos impropios al facilitarles una vida
cómoda, carente de sacrificios, pensando que hacíamos lo mejor para ellos. Las
consecuencias son, que muchos jóvenes, en cuanto ven contrariadas sus
intenciones en lo más mínimo lo cuestionan todo, incluso la potestad de sus
mayores, a los que desobedecen respondiendo en tono insultante. Nunca podré
entender, cómo en tan poco tiempo se han podido devaluar tanto aquellos valores
de los que antes hemos hablado. Cualquier padre de aquellos años recordará que
me quedo corto al tratar de expresar mi opinión.
Por otro lado, la figura del maestro era
muy considerada. Se le trataba con el respeto que merecía, tanto como persona
como por su cargo. Sus palabras eran “sentencia y rumbo” para el alumno. No
serán pocos los que piensen que aquella forma de educar del “profe” como se le
llama hoy, pudiera ser excesiva. ¿Pero es mejor la política que se sigue
actualmente en las clases de cualquier instituto, en las que cantidad de
jóvenes hacen lo que le viene en gana?... ¿Cómo una madre puede acudir a un centro
docente con el “hacha levantada” ante un profesor, insultándole y cuestionando
su autoridad en algunos casos, por el solo hecho de que ha reprendido a su hijo?...
¡Sin culpa claro!... A pesar de todo demos gracias a que, hasta el momento, en
nuestro país no hayan aparecido todavía armas en los colegios. ¿Quién se atreve
hoy a llamar la atención a cualquier
muchacho ante la cantidad de gamberradas de mal gusto que se observan a diario?
Comienza seguidamente la segunda
etapa. Es cuando aparece lo que se
conoce como “salir de marcha”. ¿Cómo es posible que unos jóvenes que acaban de
cumplir los 15-16 años salgan de sus casas sobre la 01.00 de la madrugada los
viernes para no volver hasta el amanecer --o no llegar en muchos casos--.
¿Dónde han estado?... ¿Con quién?... ¿Cómo vuelven?...
¿Resulta normal que
una pareja de cualquier escala social, terminen en la cama la primera noche que
se han conocido?... ¿No queda ya a la juventud, al menos, un poco de romance e
ilusión en sus vidas?... A esta forma de proceder tan placentera se le conoce
como “vivir la vida” ¿pero, es más acertada y elegante que la que vivimos
nosotros?...
Otro aspecto a tener en cuenta -- para
mi cuestionable--, es la nueva moda relativa a las concentraciones
multitudinarias de jóvenes de ambos sexos que se conocen como “botellotas”. No
sé explicar, cómo unos muchachos/as, universitarios muchos, de donde mañana saldrán
los cuadros que dirigirán las estructuras más importantes el país, puedan beber
hasta el extremo de casi arrastrarse por el suelo. Muchos hacen sus necesidades
en plena calle, sin ningún tipo de pudor, atentando además contra el derecho a
descansar de los vecinos del lugar. Podríamos hablar incluso de otras
situaciones peores... ¿Qué fue de la ética?... ¿Qué sentimiento mueve esta
forma de comportarse… ¿Rebeldía?… ¿Frustración?...
Actualmente,
muchos de los hijos que tienen la suerte de trabajar, no solo “funden” todo el
dinero que consiguen sin aportar nada a la economía familiar, sino que además,
viven a costa de sus padres. De esta forma llegan a la edad de treinta y tantos
años sin intención de crear vida propia. Esclavizan a los demás, principalmente
a sus madres.
Otro
indicador del deterioro progresivo de la familia es el relacionado con nuestros mayores. Por aquellas años, la
mayoría de los ancianos terminaban sus días en casa, en sus camas de siempre y
arropados por el cariño de los suyos. Hoy, para muchas familias son un engorro,
una carga. Se les considera como muebles viejos que estorban, cuyo fin no es
otro que deshacerse de ellos. Después de pasar toda una vida llena de
sacrificio para sacar adelante a sus hijos, éstos, sin el menor reparo ni
respeto en muchos casos, les ingresan en cualquiera de los centros que existen
en gran número. Deshumanizados muchos de ellos. Aunque habría que matizar, que
en ocasiones, son los propios ancianos los que deciden apartarse voluntariamente
ante el rechazo solapado que notan, o el trato denigrante que reciben por parte
de su familia.
Lo
cierto es que, de una u otra forma, cuando más atención y cariño
necesitan, de la noche a la mañana se
ven desplazados. Dejan tras ellos sus raíces, el entorno donde vivieron, sus
amigos de siempre, para dirigirse a un lugar ajeno y carente de calor. Es más
lamentable todavía cuando, antes del “destierro”, han sido desposeídos, además
de sus voluntades, de todo lo material que con tanto esfuerzo consiguieron
reunir. En el centro de acogida pasarán
sus últimos días. Sus cuerpos estarán limpios, pero vacío de ilusión sus
corazones, añorando las sonrisas de sus nietos, con sus miradas cansadas, ausentes
y dirigidas hacia el ocaso que vislumbran cerca.
No se pretende con estas letras condenar la
conducta de nadie, ni aparecer como arcaico o catastrofista. Es seguro que nuestro
planeta seguirá dando vueltas y el Sol aparecerá cada mañana. La misma Sociedad
habrá creado otras formas de vida de donde surgirán nuevos conceptos de
convivencia; puede que mejor que los conocidos. Lo que no quiero dejar de decir
es, que aquella imagen que guardo sobre las familias que conocí, creo que se ha
perdido para siempre.
Si a las personas relevantes
J. M. Santos
J.M.; Estupendo relato llenos de verdades.
ResponderEliminarSigue deleitandonos con tus escritos.
un abrazo.
Ana Maria.
que repaso!. No dejas nada en el tintero, puedo mas que sumarme a tus reflexiones.
ResponderEliminarsaludos.
cebolleroborzolano
LA FAMILIA, extraordinario valor que algunos se empeñan en destruir.Estupenda narración muy ajustada a la época en que se desenvuelve.Cordial saludo.
ResponderEliminarJesús