lunes, 1 de octubre de 2007

MONUMENTO A LA FAMILIA

    Guardo de aquellos años el recuerdo de una madre cariñosa, abnegada, enérgica --pero no autoritaria--. Siempre trató de guiar a sus hijos por el camino más acertado, inculcándoles valores tan sencillos como son la honradez y el respeto a los demás, creando el ambiente propicio para una convivencia normal a lo largo de la vida.

    Pero no es mi intención hablar de una familia en particular, sino de todas aquellas de los años 50-60. Cualquier niño, principalmente  los nacidos en el ambiente rural, cada mañana se veían obligados por la necesidad a acompañar a sus padres ayudando en las faenas del campo. Eran privilegiados los pocos que podían asistir a la escuela. Sin medios y con esfuerzo, algunos aprendían a escribir su nombre, las cuentas --así se decía-- y poco más

        Lo que si arraigaba profundamente en ellos, tal como se ha dicho, eran los principios que sus padres habían sabido enseñarles. Significativo es señalar, que la mayoría de aquellos niños tuvieron la suerte de convivir muchas horas al lado de sus abuelos, con los que estaban muy unidos. La influencia y el asesoramiento de éstos sería parte importante en su comportamiento.

      Si alguna persona mayor te reñía por cualquier motivo, pronto resaltaba el color de tus mejillas y, avergonzado, obedecías sin rechistar. Siendo casi analfabetos, desde pequeños teníamos claro que la convivencia de cada día estaba basada en el respeto, normas y costumbres que había que seguir.

       Destacaba el papel representado por el hermano mayor, que era respetado y hasta casi venerado por los menores, sobre los que hacía valer su indiscutible autoridad. Ocupaba el puesto de cabeza de familia cuando éste  faltaba por cualquier motivo. Su sobresaliente posición no le salía gratis, ya que al ser la persona de confianza y el apoyo de sus padres, se obligaba a si mismo a estar siempre en vanguardia, tanto en el trabajo como ante cualquier problema que surgía. Más de un primogénito sacrificó bastantes de sus derechos como persona en beneficio de sus hermanos, renunciando incluso al matrimonio en algunos casos, tratando siempre de sacar adelante a los suyos en aquellos años de tanta pobreza. 

       Diré también, que ante cualquier desavenencia o disputa entre los hermanos --cosa frecuente--, si alguno se “pasaba de tono”, aparecía de inmediato la autoridad de la madre que no tenía reparos en repartir cuatro “cachetes”; remedio efectivo con el que conseguía  restablecer el orden. Y no ocurría nada cuando tomaba tal medida. La unidad y el afecto entre todos los miembros seguían intacto. Diría que incluso aumentaba. La palabra “niño traumatizado” como dicen ahora los estudiosos del tema, no se escuchaba tan a la ligera. Cuando  por tu mente no pasaba otra idea que la de tener que salir cada día a “buscarte las habichuelas”, no quedaba hueco para desequilibrios psicológicos. Fue bastantes años después cuando la frase “trauma infantil” se empezó a escuchar hasta la saciedad.

       Dentro del ambiente descrito no fuimos haciendo mayores.  Conocimos la Dictadura en su pleno apogeo. Más adelante y ya repartidos  por el “ancho mundo”, vivimos lo que se conoció como la  “La Transición”; abrazando sin reservas la Constitución que llegaría después, dando lugar a los profundos cambios que trajo el periodo democrático que empezaba y con el que, la mayoría, nos identificamos de inmediato. Vengo a decir que, al menos en mi caso, me fui adaptando sin ningún tipo de problema a la situación política de cada momento.

       Lejos quedan ya aquellos tiempos y cuan distintos son los actuales. Lo que no he podido asimilar todavía después de tantos años transcurridos, es el concepto de familia que se vive hoy. Sin generalizar pienso, que siendo la institución básica más importante dentro de la Sociedad, con el paso de los años ha degenerado negativamente, de forma irreparable en algunos casos.

       Por aquellos años, en el seno de la familia se hablaba y se escuchaba. Ante cualquier problema surgido, bien por enfermedad, económico o de cualquier tipo, allí estaban pequeños y mayores unidos incondicionalmente.  El común denominador de todos era la solidaridad. Hoy, lo primero que falta es la comunicación. No se dialoga ni se comenta. Los padres gastamos cantidades importantes de dinero --a veces sin tenerlo--, en juegos y distracciones de toda clase, contribuyendo con ello al aislamiento de nuestros hijos en sus habitaciones, donde pasan el tiempo colgados de cualquier artilugio. De esa forma no molestan…

       Existen numerosas familias en las que se ha perdido el respeto, motivando que sus estructuras se tambaleen. Si miramos cada cual hacia nuestro espejo particular --sin entrar en detalles--, posiblemente llegaríamos a la conclusión de que la culpa principal de esta situación la tengamos los padres. Aunque cargados de buenas intenciones, no supimos encauzar a nuestros hijos, como tampoco decir ¡no!... en el momento oportuno; quizá  por aquello de que “no pase el niño” por las mismas privaciones que yo cuando era joven”.

      Sin duda, también existirán otras motivaciones, pero lo cierto es, que a lo largo de los años creo que hemos ido cediendo espacio; demasiado espacio. Dejándonos llevar por corrientes poco acertadas, consintiendo y propiciado comportamientos impropios al facilitarles una vida cómoda, carente de sacrificios, pensando que hacíamos lo mejor para ellos. Las consecuencias son, que muchos jóvenes, en cuanto ven contrariadas sus intenciones en lo más mínimo lo cuestionan todo, incluso la potestad de sus mayores, a los que desobedecen respondiendo en tono insultante. Nunca podré entender, cómo en tan poco tiempo se han podido devaluar tanto aquellos valores de los que antes hemos hablado. Cualquier padre de aquellos años recordará que me quedo corto al tratar de expresar mi opinión.

       Por otro lado, la figura del maestro era muy considerada. Se le trataba con el respeto que merecía, tanto como persona como por su cargo. Sus palabras eran “sentencia y rumbo” para el alumno. No serán pocos los que piensen que aquella forma de educar del “profe” como se le llama hoy, pudiera ser excesiva. ¿Pero es mejor la política que se sigue actualmente en las clases de cualquier instituto, en las que cantidad de jóvenes hacen lo que le viene en gana?... ¿Cómo una madre puede acudir a un centro docente con el “hacha levantada” ante un profesor, insultándole y cuestionando su autoridad en algunos casos, por el solo hecho de que ha reprendido a su hijo?... ¡Sin culpa claro!... A pesar de todo demos gracias a que, hasta el momento, en nuestro país no hayan aparecido todavía armas en los colegios. ¿Quién se atreve hoy  a llamar la atención a cualquier muchacho ante la cantidad de gamberradas de mal gusto que se observan a diario?

      Comienza seguidamente la segunda etapa.  Es cuando aparece lo que se conoce como “salir de marcha”. ¿Cómo es posible que unos jóvenes que acaban de cumplir los 15-16 años salgan de sus casas sobre la 01.00 de la madrugada los viernes para no volver hasta el amanecer --o no llegar en muchos casos--. ¿Dónde han estado?... ¿Con quién?... ¿Cómo vuelven?...

¿Resulta normal que una pareja de cualquier escala social, terminen en la cama la primera noche que se han conocido?... ¿No queda ya a la juventud, al menos, un poco de romance e ilusión en sus vidas?... A esta forma de proceder tan placentera se le conoce como “vivir la vida” ¿pero, es más acertada y elegante que la que vivimos nosotros?...

       Otro aspecto a tener en cuenta -- para mi cuestionable--, es la nueva moda relativa a las concentraciones multitudinarias de jóvenes de ambos sexos que se conocen como “botellotas”. No sé explicar, cómo unos muchachos/as, universitarios muchos, de donde mañana saldrán los cuadros que dirigirán las estructuras más importantes el país, puedan beber hasta el extremo de casi arrastrarse por el suelo. Muchos hacen sus necesidades en plena calle, sin ningún tipo de pudor, atentando además contra el derecho a descansar de los vecinos del lugar. Podríamos hablar incluso de otras situaciones peores... ¿Qué fue de la ética?... ¿Qué sentimiento mueve esta forma de comportarse… ¿Rebeldía?… ¿Frustración?...

       Actualmente, muchos de los hijos que tienen la suerte de trabajar, no solo “funden” todo el dinero que consiguen sin aportar nada a la economía familiar, sino que además, viven a costa de sus padres. De esta forma llegan a la edad de treinta y tantos años sin intención de crear vida propia. Esclavizan a los demás, principalmente a sus madres.

       Otro indicador del deterioro progresivo de la familia es el relacionado con  nuestros mayores. Por aquellas años, la mayoría de los ancianos terminaban sus días en casa, en sus camas de siempre y arropados por el cariño de los suyos. Hoy, para muchas familias son un engorro, una carga. Se les considera como muebles viejos que estorban, cuyo fin no es otro que deshacerse de ellos. Después de pasar toda una vida llena de sacrificio para sacar adelante a sus hijos, éstos, sin el menor reparo ni respeto en muchos casos, les ingresan en cualquiera de los centros que existen en gran número. Deshumanizados muchos de ellos. Aunque habría que matizar, que en ocasiones, son los propios ancianos los que deciden apartarse voluntariamente ante el rechazo solapado que notan, o el trato denigrante que reciben por parte de su familia.

Lo cierto es que, de una u otra forma, cuando más atención y cariño necesitan,  de la noche a la mañana se ven desplazados. Dejan tras ellos sus raíces, el entorno donde vivieron, sus amigos de siempre, para dirigirse a un lugar ajeno y carente de calor. Es más lamentable todavía cuando, antes del “destierro”, han sido desposeídos, además de sus voluntades, de todo lo material que con tanto esfuerzo consiguieron reunir.  En el centro de acogida pasarán sus últimos días. Sus cuerpos estarán limpios, pero vacío de ilusión sus corazones, añorando las sonrisas de sus nietos, con sus miradas cansadas, ausentes y dirigidas hacia el ocaso que vislumbran cerca.

     No se pretende con estas letras condenar la conducta de nadie, ni aparecer como arcaico o catastrofista. Es seguro que nuestro planeta seguirá dando vueltas y el Sol aparecerá cada mañana. La misma Sociedad habrá creado otras formas de vida de donde surgirán nuevos conceptos de convivencia; puede que mejor que los conocidos. Lo que no quiero dejar de decir es, que aquella imagen que guardo sobre las familias que conocí, creo que se ha perdido para siempre.

 Si a las personas relevantes la Historia les hace hueco y en la plaza de cualquier pueblo se alzan estatuas que inmortalizan nombres y hechos gloriosos, también habría que levantar un icono que fuese contemplado a través del tiempo por las nuevas generaciones con un rótulo en el que se leyera: “Dedicado a la Familia, hermosa y sencilla Institución que no supimos conservar”.

 

                                             J. M. Santos

 

 












 

  

 

 




















3 comentarios:

  1. J.M.; Estupendo relato llenos de verdades.
    Sigue deleitandonos con tus escritos.
    un abrazo.
    Ana Maria.

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  2. que repaso!. No dejas nada en el tintero, puedo mas que sumarme a tus reflexiones.
    saludos.
    cebolleroborzolano

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  3. LA FAMILIA, extraordinario valor que algunos se empeñan en destruir.Estupenda narración muy ajustada a la época en que se desenvuelve.Cordial saludo.
    Jesús

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