Los sueños de aquella chiquilla
Desde pequeña prometía. En su agraciado rostro resaltaban un par de ojos
de color miel y expresión dulce. Tempraneras, sus curvas femeninas se fueron pronunciando
lo suficiente para no pasar desapercibidas ante las miradas de los muchachos del
entorno rural donde vivía. Se podría decir, que cruzó por su adolescencia de
puntillas porque, cuando se vino a dar cuenta, se había convertido en una mujer
hermosa. Era recatada, agradable y romántica.
De origen
humilde, pronto aprendió los quehaceres rutinarios de la casa; además de
trabajar en las faenas del campo ayudando a su familia, tantas veces como fuese
necesario. Cada tarde, cosía y cosía bajo el parral de su patio. Su aguja
inquieta pasaba con agilidad de una a otra cara de la tela, dejando resaltado unos
agraciados y ocurrentes bordados. Preparaba su ajuar; quizá con la intención de
exhibirlo algún día ante aquel imaginario príncipe de sus sueños.
No era una
chica egoísta, ni orgullosa; pero sí exigente en la cancha de los juegos del
querer. Aunque no le faltaron pretendientes, es posible que ninguno de ellos supiera
ahondar lo suficiente hasta llegar a descubrir los valores que guardaba en el
fondo de sus sentimientos.
Fueron pasando los años. Ella seguía esperando mientras cosía y cosía. A veces, dirigiendo su mirada hacia horizonte parecía ausente. Desde su intimidad, solo la muchacha podría decir qué pensamientos pasaban por su mente en aquellos momentos. Aunque sus puntadas con hilos multicolores perdían ritmo cada día al ver como, por el zaguán de su casa desfilaban sus ilusiones que, una tras otra, se fueron ocultando en el tiempo.
J.M. Santos
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