Serian, más o menos, las 8 horas de una mañana
del pasado Enero. Llovía de forma intermitente y un viento racheado hacía que
el termómetro hubiese descendido casi hasta los cero grado. Al asomarme a la
ventana, le vi a través de los cristales. Estaba echado sobre el felpudo que mi
vecina tiene colocado en la puerta de entrada de su casa.
Poco
después, tan pronto como me sintió trajinar por las inmediaciones, se incorporó
y vino a mi encuentro. Caminaba despacio, como desorientado. Por su mirada
triste y aspecto descuidado daba a entender, sin ninguna duda, que el animal
había sido abandonado. Era el perro que aparece en la positiva.
Moviendo
su cola, de forma sumisa se acercó sin recelo, lo que me hizo pensar que el animal
se había criado entre personas y buscaba protección. Como supuse que tendría
hambre, le eché varios trozos de pan que tenía a mano en aquellos momentos; comida
que devoró de inmediato con exagerado apetito.
El resto
del día estuvo a mi lado. Incluso daba la impresión de haber cambiado de
semblante. Cada uno de sus movimientos parecía estar encaminado a querer agradar. Fue duro tener que dejarlo
cuando llegó la hora de volver a la ciudad.
Hasta que
no convives con un perro no podrás entender el afecto que se le puede llegar a
tener. Si le observas, te darás cuenta de que siempre te mira de frente. Intuyendo
los cambios de humor, consigue adaptarse sin ningún problema al estado anímico
y comportamiento de las personas. Hay que tener muy mala conciencia para dejar
abandonado a su suerte un animal que es la nobleza en su estado más puro. Él
nunca te traicionaría; pudiéndose asegurar que hasta daría su vida por defender
la tuya.
No quería
terminar sin decir, que cuando pasado varios días pregunté por el animal, un
buen amigo y excelente persona me dijo que había conseguido encontrarle una
familia de acogida. Hoy se le ve feliz junto a otros de su especie en una
parcela situada en las inmediaciones de Aracena.
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