Los atracadores de
bancos suelen ser de los más respetados dentro del mundillo de la delincuencia.
Para sus colegas de menor rango son como ídolos. Su fama pronto traspasa
límites, tanto los de su entorno de barrio como los de la ciudad donde viven. En
ocasiones llegan a ocupar un puesto relevante incluso a nivel nacional.
En el
momento de actuar, los más peligrosos pueden llegar a ser los que, pistola en
mano, entran en la entidad bajo los efectos del “mono”. Éstos, empleando una violencia
extrema, ponen en serio peligro la integridad, tanto de empleados como clientes.
No faltan tampoco, como en el caso que se relata a continuación, los que usan
todas las artimañas habidas para intentar conseguir su fin, demostrando una astucia
que asombra.
Las cámaras
de filmación instaladas en la sucursal del Banco Santander de la Avenida
República Argentina de Sevilla, no consiguieron fotografiar a los autores de un
atraco ocurrido en la misma. Se conoció -- por declaraciones de empleados y
testigos--, que eran dos individuos de unos 30 años, con buen aspecto y
vestidos de forma normal. Al ser preguntadas, las víctimas solían decir que
cualquier persona que se cruzase con ellos en la calle, lo que menos podía
pensar es que estaba ante dos delincuentes de cuidado. Actuaron a cara
descubierta, tranquilos, sin violencia manifiesta y con sobrado oficio y maestría.
Ese día, bajo la amenaza de sus armas de fuego, consiguieron llevarse unos
siete millones de las antiguas pesetas.
La verdad es,
que los investigadores andábamos un poco despistados sobre la autoría del
hecho. A pesar de las intensas gestiones que se hacían, no se conseguía coger
el hilo. Por experiencia se había llegado a la conclusión que se trataba de
individuos foráneos. Éstos son de los que van delinquiendo de ciudad en ciudad
con escaso tiempo de permanencia en cada una --dan unos cuantos de palos y se
largan--. Hay que decir, que cuando un grupo operativo policial se encuentra
con este tipo de “chorizos”, la investigación se hace mucho más difícil. Pero
nunca mejor dicho: en estos casos hay que tener paciencia y saber esperar.
Un buen día
se recibe en el Grupo llamada telefónica de un confidente. Hacía saber, que una mujer vestida de forma
elegante y manejando dinero, era vista con frecuencia en un barrio marginal de
Sevilla, donde compraba bastante cantidad de droga. Guardaba en su bolso de
mano una pequeña pistola, arma que dejaba ver cuando le interesaba; quizá con
la idea de dar a conocer su intención de usarla contra cualquiera que se
atreviera a robarle. El informador no conocía su nombre, pero sí sabía que la
fémina había sido compañera sentimental de un antiguo cliente del Grupo;
conocido atracador que por aquellas fechas se encontraba en prisión cumpliendo
una condena de varios años. Añadía también, que pudiera estar viviendo en un
bloque de pisos sin determinar de la céntrica calle Feria de la capital
hispalense en compañía de alguien más, teniéndose en cuenta la cantidad elevada
de droga que adquiría, sin ser traficante
Por nuestra
parte, ahí empezó la verdadera investigación. A partir de ese momento, una vez
que se obtuvo la foto de reseña policial de la mujer, dos funcionarios de los
más antiguos en la unidad que la conocían personalmente, se encargaron de
patear una y otra vez la referida calle. Por fin, un buen día se dieron de cara
con la fémina. Sometida a discreto seguimiento, les llevó hasta el portal nº136,
entrando en el mismo tras abrir con llave. Seguidamente, conocer el piso que
habitaba fue cosa fácil; averiguándose también que, efectivamente, compartía la
vivienda con dos hombres.
El asunto ya
empezaba a tener bastante color, motivo por el cual, se preparó un dispositivo
completo y bien organizado. El suficiente para intervenir en cualquier momento si
hubiese sido necesario. Se contaba con un punto de vigilancia cercano al lugar –que
en adelante le llamaremos “punto B”--. Desde este emplazamiento --bastante discreto--,
por radio se comunicaba al instante cualquier movimiento de los individuos tan
pronto asomaban la cabeza por el portal de su bloque. Solían salir los tres por
separado. Sometidos a seguimiento, se les veía merodear por las inmediaciones
de entidades bancarias de la zona. En algunas entraban como si fuesen clientes
normales. Se supo igualmente, que en un parking cercano guardaban un coche que figuraba
alquilado con documentación falsa; vehículo que no usaban en ningún momento.
Aunque habían sido fotografiados, no encontrábamos la forma de conocer la
identidad verdadera de cada uno de los barones.
Pasaba el tiempo y la situación se prolongaba
sin ningún resultado positivo. Aunque se tenía casi el pleno convencimiento de
que pudieran ser los hombres que buscábamos, no había ni una sola prueba de
peso para detenerlos. No quedaba otra alternativa sino esperar acontecimientos.
Uno de los últimos días, mientras era seguido el que después resultaría ser cabecilla
del trío, entró en un bar. Momentos después lo hizo el policía que iba tras él
situándose a su lado. El “choro”, sin sospechar lo más mínimo, repasaba
tranquilamente la prensa del día mientras saboreaba un café. Cuando abonó la
consumición y salió del local, el compañero se identificó ante el camarero e
intervino la taza usada por el “malo”. Al poco rato, la vasija era enviada a la
Brigada de Policía Científica para su estudio dactiloscópico.
Por fin, tras
casi dos meses de espera, llegó el día clave. Sobre las nueve horas, el policía
que se encontraba en el “punto B” comunica que en ese momento salían los dos
individuos. Era la primera vez que se veían juntos y vestidos ambos con ropa
distinta a la habitual – bien arregladitos para entender--. Una vez en la calle
empezaron a andar de forma rápida y cautelosa, hasta perderse por una de las
estrechas callejuelas, tan abundantes en esa zona antigua de Sevilla --seguro
que ya llevaban el itinerario prefijado--. El resultado no fue otro que dejar
“colgados” a los que habían salido tras ellos. Rápidamente, el Jefe de Grupo
ordenó abandonar el seguimiento para que cada uno volviera a ocupar su puesto
en el dispositivo.
Mientras tanto, ese mismo día y a través del
teléfono, se adelanta el resultado del informe
sobre las huellas dactilares obtenidas en la taza de café. El Grupo
correspondiente había conseguido identificar a un “prenda de cuidado” --de los
que se conocen como “ligero de gatillo” dicho en leguaje policial-- individuo a
quien, además de constarle numerosos antecedentes, le figuraba en vigor varias órdenes
de “Busca y Captura”; una de ellas por encontrarse fugado de la prisión de
Barcelona.
Atentos, cada
uno en su puesto, todos esperábamos acontecimientos. De pronto, como es normal
en estos casos, la Sala del O91 confirma que se había cometido atraco en la
sucursal del Banco de Granada ubicada en las inmediaciones de la Plaza de la
Encarnación. EL hecho había sido llevado a cabo por dos individuos, que habían conseguido apoderarse de unos veinte millones de pesetas. La tensión del
momento se palpaba, aumentando cuando minutos después, el funcionario del
“punto B” comunica, que nuestros hombres acababan de entrar en el portal. Uno
de ellos portaba una abultada bolsa de tipo comercial. Al parecer, todo les
había salido a pedir de boca como se conocería después.
A partir de ese momento, el responsable del
servicio decidió esperar de nuevo antes de actuar. Mientras tanto, a través del
juzgado se gestionaba el correspondiente Mandamiento de Entrada y Registro.
Teniendo en cuenta que la situación estaba totalmente controlada, el jefe no
consideró oportuno precipitar los acontecimientos entrando “a la brava” en el
piso. A ser posible, era prudente evitar una posible reacción con disparos por
parte de sus ocupantes; mucho más, al conocerse ya la casta delincuencial de al
menos uno de los “chorizos”.
Esta vez la
espera no se hizo larga. Pasado algo menos de una hora, el “punto B” comunica
de nuevo que hacia su aparición el individuo considerado como segundo en la escala
de mando. Había cambiado su vestimenta por otra más deportiva y, como de
costumbre, salía a dar su paseo. Sorprendió que esta vez siguiera dirección
Barqueta y no centro de la ciudad como era costumbre. Quizá el motivo no era
otro, sino intentar acercarse hasta donde estaba estacionado el vehículo y
prepararlo; tal vez con la intención de largarse todos cuanto antes. Se dejó
caminar lo suficiente para que, en caso de alboroto durante su detención, no
fuesen alertados sus colegas. Al ser interceptado, no se le dio la más mínima
ocasión de reaccionar, ya que en pocos segundos estaba mordiendo el polvo. Poco
después se conocería su identidad, que igual a su compañero, también se
encontraba reclamado por haberse fugado de La Modelo.
De nuevo,
cada uno a su puesto. Al poco rato se vuelve a escuchar el portátil del informador
anunciando que el “jefe”, ya cambiado de ropa, hacia su aparición en el portal.
A éste no se le permitió ni dar tres pasos, procediéndose a su detención sin
que llegara a enterarse desde donde le “llegaban los tiros”, como se suele
decir. Cuando quiso reaccionar, ya estaba engrilletado y tumbado en el suelo.
Ya solo
quedaba nuestra antigua amiga… Rápidamente y previstos de la Orden de Entrada y
Registro correspondiente, con una de las llaves intervenidas a los anteriores, se
abrió el piso sin ningún problema. En su interior, sorprendida, encontramos a
“la dama”, que también fue esposada de inmediato. Comenzado el registro, extendidos
sobre una cama se podía ver gran cantidad de fajos de billetes --algo más de 20
millones de las antiguas pesetas--. Tal como aparece en la positiva adjunta, se
recuperaron cuatro armas de fuego, placas falsas de policía, pasaportes y
documentos de identidad falsificados, así como otros objetos usados en su
actividad delictiva. También se encontraron varios recibos de ingresos
bancarios recientes por valor de unos cuatro millones, cantidad que posiblemente
procediera de su primer atraco.
¿Qué había
ocurrido?... Pues se explica a continuación: Tan pronto como los individuos
salieron del portal, a través de las callejuelas antes referidas, en pocos
minutos llegaron a la plaza, entrando de forma resuelta en la sucursal ya mencionada.
Acto seguido solicitan hablar en privado con el director. Cuando éste los
recibió en su despacho, los “prendas”, muy tranquilos y exhibiendo sus placas,
hicieron saber al responsable de la oficina que eran policías. A través de sus
movimientos y con mucho oficio, de forma disimulada dejaban ver sus pistolas
que, debidamente enfundadas, llevaban prendidas al cinto. Continúan diciendo
que sus jefes les habían encomendado la misión de proteger la sucursal, pues se
sabía, que en la caja principal de la misma había bastante dinero y un
determinado grupo terrorista organizado, planeaba un atraco ese mismo día. --
Hay que señalar que, por aquellas fechas, estaban al día las actuaciones de
tales grupos--. Quiso el destino, que en esos momentos y de forma casual, apareciese
en la plaza un coche del O91 haciendo su recorrido normal que, sin ninguna
misión determinada, se marchó pronto del lugar. La presencia del patrullero fue
aprovechada por los maleantes para dar mayor credibilidad a la mentira urdida,
diciendo al desconfiado director: “ve usted, ese coche de policía forma
parte del dispositivo que tenemos montado en las inmediaciones. Para
mayor control de la situación, necesitamos también conocer el funcionamiento de
apertura de la caja”.
El
sorprendido y engañado empleado, picando el anzuelo, tomó la decisión
equivocada. Bajando con ellos al sótano les abrió la caja; momento que
aprovecharon los “malos” para amenazarle con sus armas y guardar en la bolsa sin ninguna dificultad, todo el dinero existente en la misma. El golpe, de
momento, les había salido perfecto. Lo que no esperaban nunca, era el
recibimiento que les teníamos preparado a
su regreso.
J.M. Santos
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