Quiero
dedicar estas letras al recuerdo de todos los hombres y mujeres de nuestro
pueblo que tanto sufrieron por sobrevivir en aquel ambiente tan cargado de penurias.
Personas analfabetas la mayoría, pero
tan íntegras y honradas como las más.
Tendríamos que situarnos entre las décadas
de los 30 y 60 del pasado siglo. Eran tiempos
de senaras, burros y alpargatas. Jornadas de trabajo duro. De tantas y tantas noches
durmiendo bajo las estrellas. De años interminables cuidando rebaños de ganado ajeno.
De tener que soportar el menosprecio continuado de aquella sociedad tremendamente
clasista tan sobrada de injusticias.
Al hablar de las mujeres, quizá sería
más acertado nombrarlas como “heroínas”, por el valiente y digno papel que
desempeñaron. Esposas que, rodando en el
mismo carro que sus maridos, se abrazaban a cualquier trabajo del campo. En
algunos casos se veían obligadas por la necesidad a tener que parir bajo
la escasa y tambaleante llama de un candil de aceite que colgaba de cualquier
gancho de un miserable habitáculo. Las mismas que, además de cuidar de sus
hijos, lavaban sus escasas y raídas prendas en el arroyo cercano; sin descuidar
tampoco que a la hora de comer, en su cazuela, no faltase –cuando lo había- un
cocido de garbanzos condimentado con tocino añejo.
¿Qué
decir de los niños?... Muchos de ellos habían nacido en cualquiera de las abundantes
y humildes chozas que se encontraban repartidas por nuestros campos. Empezaron
a dar sus primeros pasos junto al fuego que daba calor a un par de pucheros ennegrecidos.
Más adelante, sin horizonte ni meta, su juventud fue transcurriendo mientras caminaban
por el surco tras el arado, sin otra ilusión que la de ver amanecer cada día.
Atrás –casi no recordado hoy- queda toda
una vida de sacrificio de todas aquellas personas que vivieron tiempos tan difíciles.
Conocieron la explotación, el hambre y otras privaciones. Como espectadores de
primera fila, supieron de los cambios traumáticos de la política, así como de
los horrores de la guerra que llegaría después.
Comentar por último, que a lo largo de todos estos años, en
Encinasola se han venido celebrado actos de homenajes dedicados a personas que
destacaron por su arte, cultura o buen
hacer. También y para perpetuar su memoria, a los contrabandistas se les rotuló
una calle del pueblo.
No es
que venga yo a referir aquí que estos actos hayan sido inmerecidos. Pero tampoco
se puede dejar de decir, que todas aquellas personas que tanto lucharon y que
con el tiempo han ido desapareciendo para perderse en el olvido, también
deberían ser merecedoras de que, públicamente, se les hiciese algún tipo de
reconocimiento. Nunca sería tarde.
J.M. Santos
Muy acertados esos comentarios, Amigo José María, aquellas personas entre las que se encontrarían mis padres y abuelos, son merecedores de los más encendidos himenajes. Solo ellos saben los sufrimientos que pasaron para sobrevivir, trabajando de sol a sol y muchas veces desde mucho antes que saliera el sol, a la luz del candil, como bien dices.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo contigo; ellos sí que eran merecedores de homenajes. Ahí veo reflejado a mi padre, a mi madre, en definitiva a toda nuestra familia, un abrazo .
ResponderEliminarSantos, cuando leo esto, no tengo por menos que ubicarme en mi pueblo -Burguillos- fiel reflejo de lo que del tuyo relatas en este, y en otros muchos de los que te hemos leído, espero que sigas escribiendo para que nuestra juventud, al menos, medite sobre lo que vivieron y vivimos, algunos aun presentes, de aquellas décadas y digo que mediten porque las historia , en la mayoría de las veces, y aunque con distintas mascaras se suele repetir. un abrazo SANTOS.
ResponderEliminar