jueves, 26 de enero de 2017

Mujer, ayer y hoy

Dedicado a la mujer. Como protagonista indiscutible de la vida en los pueblos . Sin duda, fue la gran heroína en aquellos tiempos de penuria  (años 40 y 50)      

Era tanta la necesidad, que desde muy corta edad los hijos de cualquier familia pobre se veían obligados a salir a la calle cada día para “buscarse las habichuelas”. Tampoco las niñas eran ajenas a esta situación y hacían cualquier trabajo, desde las faenas domésticas, hasta ser la recadera de una casa pudiente sin recibir retribución alguna; a veces, sólo por la comida.
Poco después se incorporaban a las duras faenas del campo. Las más frecuentes eran: limpiar de “hierbajos” la sementera --se conocía como arrancar yerbas-- y apañar aceitunas o bellotas. Si al finalizar la jornada les quedaba algún tiempo libre, lo aprovechaban aprendiendo a coser, hacer encaje de bolillos o cualquier labor de costura. No era fácil encontrar una muchacha joven que no supiese bordar. Cada cual se afanaba por ir preparando sus “trapillos” –ajuar--.
Así pasaban los años hasta que llegaba la fecha de la boda. Cualquier mujer, ese día consideraba alcanzada  la meta de su vida, pues había conseguido su mayor ilusión.
Pero en algunos casos, con su nueva situación empezaba para algunas lo que podría llamarse su calvario. No le quedaba otra salida que acompañar a su marido y formar su nuevo hogar en cualquier casucha o chozo, de los muchos que se encontraban repartidos por los montes de nuestro entorno. Casi siempre cuidando ganado.
 Bajo la luz de un mugriento candil de aceite, a veces sin ayuda de nadie, empezaban a nacer los hijos. Uno, otro, tercero, cuarto... y algunos más pues, a diferencia de estos tiempos, tener muchos zagales era lo normal. Mientras el padre se dedicaba a labrar la tierra, aprovechando al mismo tiempo cualquier jornal que le saliera, la madre multiplicaba sus esfuerzos: amasaba la harina --cuando la había--, que después cocía con leña en su horno casero, o remendaba los cuatro trapillos que antes había lavado en el arroyo cercano. Al mismo tiempo cuidaba de los niños y atendía  las cabezas de ganado que pudieran tener -algún cerdo o un par de cabras para conseguir leche-. Lo más importante para ella era “trapichear” de mil formas hasta conseguir que en su cazuela no faltasen al menos, unos garbanzos cocidos con un trozo de tocino. Esta comida se repetía una y otra vez; principalmente para cenar, pues era por la noche cuando se reunía toda la familia después de regresar cada uno de sus ocupaciones.
Pero quizá, la situación más lamentable que tuvo que sufrir la mujer fue el menosprecio que recibía, incluso dentro de su mismo entorno. Su voz se perdía sin ser escuchada por nadie. Su trabajo, agotador, resultaba siempre el menos considerado. Para colmo, en algunos casos era maltratada tanto física como psíquicamente por el marido tantas veces como a éste le venía en gana. Esta situación no sólo se veía normal, sino en ocasiones, hasta resultaba entendida y tolerada por la misma sociedad. Se podrían escribir mil páginas relatando las humillaciones que tuvo que soportar, quedando corta la expresión anterior al definir como “heroína” a la mujer de aquellos tiempos.
Así se fueron acercando los años 60 y con ellos, la corriente migratoria en las zonas rurales de la mayoría de las provincias españolas, siendo Andalucía una de las más afectadas. Desde los pueblos de la Sierra de Huelva, numerosas jóvenes fueron abandonando la tierra dónde habían nacido. Sus  destinos, las grandes ciudades para trabajar en muchos casos como sirvientas.
Pero fue también por esa fecha cuando, aquí y allá, empezaron a encenderse algunas luces. Parpadeantes en su comienzo, seria la señal que anunciaba el nacimiento de las primeras asociaciones formadas por personas valientes y comprometidas. Aunque con diferentes siglas e  incomprendidos en principio, el fin  de todos estos grupos no era otro que el inicio de la lucha por los derechos de la mujer.
Han tenido que pasar muchos años. Con gran esfuerzo y por méritos propios, la mujer de hoy ha conseguido poner el listón en lo más alto. Si, llegado el momento no aparece ese “príncipe” tan nombrado, o ella no considera oportuno vincular su vida a la de ninguna persona, está lo suficientemente preparada para salir al mundo y luchar. Sobrada de inteligencia para desenvolverse en cualquier ambiente, ha sabido situarse en el mismo plano que el hombre, incluso superarle en algunos casos. Sí hay algo que debería tener presente: es, que en cualquier puesto de trabajo que ocupe, nunca ponga en entredicho algo tan exquisito como es su feminidad.
Distinta en lo más profundo de su organismo, tiene encomendada la misión más importante del mundo: la maternidad. A menos que fuese por motivos muy personales, ninguna debería renunciar a esta función por ser la mujer madre digna de la más alta consideración.                                                                                                                                          J.M. Santos

1 comentario:

  1. Esa vida era igual o peor, que lo que conocemos hoy por tercer mundo.

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