Angelita
Era una chica
culta y con las ilusiones propias de cualquier mujer. Su belleza se repartía
entre su noble forma de ser, el tono dulce de su voz y la sonrisa limpia que siempre
reflejaba su rostro.
Pero se marchó…
Cuando el destino oscureció su sendero, se fue marchitando como hoja caduca. Nos
dejó un día de marzo, cuando los trigales apuntando al cielo sonríen a las
nubes y el mirlo enamorado canta a la primavera.
Fue un
honor considerarme entre sus amigos. La última vez que hablamos me despedía de
ella después de pasar unas vacaciones en Encinasola. En ese momento me regaló
un crucifijo del que colgaba un pequeño ramito de flores. Conservo aún este
crucifijo y no he podido resistir la tentación de fotografiarlo para que aparezca
como homenaje a su recuerdo.
Aunque han
pasado muchos, muchos años, este sencillo relato solo lo conocían dos personas:
nuestra paisana Pilar Delgado y María,
mi esposa.
J.M. Santos
No morimos mientras alguien nos cobije en su recuerdo. Entrañable, precioso, sentido homenaje.
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