viernes, 19 de junio de 2015

El jamón en los 50


Por aquellos años, la comida en mi casa no era ni mejor ni peor que la de cualquier familia de la época. Al comparar, puede que fuese incluso más escasa, debido a la precaria situación familiar que tuvimos que vivir. Siempre tengo muy presente los tan repetidos cocidos de garbanzos con un trozo de tocino añejo. De forma excepcional, algún que otro guisado de patatas con morcilla lustre, cazón o raya que vendía Marcos, el pescadero. Para hablar del gallo con arroz había que esperar la llegada de la Navidad.
    De pequeño, escuchaba yo decir que existía el jamón, pero como algo inalcanzable, mítico más bien. Se comentaba, que algunos los habían visto colgados en los techos de las casas de los pudientes.
    Tendría ocho o diez años. En una ocasión me llevó mi madre a Rosal de la Frontera -no sé el motivo-, posiblemente con ocasión de visitar a mis tíos y primos que, aunque marochos, vivían en un una finca perteneciente a su término.
El regreso, después de pasar varios días con ellos, lo hicimos en un viejo autocar –creo que era conocido como “El Saure”—. Este coche nos trasladó desde el pueblo referido hasta El Repilado. En la estación del mismo nombre deberíamos coger el tren que, procedente de Huelva, nos llevaría al apeadero de La Nava, para seguir el viaje en bestias hasta Encinasola, después de que nos recogiese mi abuelo.
Recuerdo que estuvimos varias horas esperando el tren. El tiempo se hacía interminable y se acercaba la hora de la comida. Sentados en un viejo banco de madera del anden, abrió mi madre un “mochilo” sacando un trozo de pan y una tortilla. Al desenvolver un papel de estraza que también se incluía, vimos con extrañeza que contenía algo que no era normal. Mi madre, aunque también sorprendida, aclaró que se trataba de un trozo de jamón que mi tía Catalina nos había preparado para el viaje. Ellos, al vivir en el campo habían podido engordar un cerdo para su matanza casera.
Fue tan grande la ilusión que me hizo ver y probar el jamón por primera vez, -estaba buenísimo-, que es uno de los pequeños recuerdos de mi vida que, aunque insignificante,  he guardado siempre.
Pero como aquello fue una excepción irrepetible, tuvieron que pasar muchos, muchos años más hasta que volví a comerlo de nuevo. Creo que incluso se me había olvidado ya su sabor.


                                                                                                  J. M. Santos









1 comentario:

  1. Amigo Santo,yo teneia referencia de semejante manjar de oido,quien me iba a decir,que años despues yo cortaria cientos de jamones en banquetes de bodas y comidas de empresas,muchos bellotas y otros de recebos.

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