Por aquellos años, la comida en mi casa no era ni
mejor ni peor que la de cualquier familia de la época. Al comparar, puede que
fuese incluso más escasa, debido a la precaria situación familiar que tuvimos
que vivir. Siempre tengo muy presente los tan repetidos cocidos de garbanzos
con un trozo de tocino añejo. De forma excepcional, algún que otro guisado de
patatas con morcilla lustre, cazón o raya que vendía Marcos, el pescadero. Para
hablar del gallo con arroz había que esperar la llegada de la Navidad.
De pequeño,
escuchaba yo decir que existía el jamón, pero como algo inalcanzable, mítico más
bien. Se comentaba, que algunos los habían visto colgados en los techos de las
casas de los pudientes.
Tendría ocho
o diez años. En una ocasión me llevó mi madre a Rosal de la Frontera -no sé el motivo-,
posiblemente con ocasión de visitar a mis tíos y primos que, aunque marochos,
vivían en un una finca perteneciente a su término.
El regreso, después de pasar varios días con ellos, lo
hicimos en un viejo autocar –creo que era conocido como “El Saure”—. Este coche
nos trasladó desde el pueblo referido hasta El Repilado. En la estación del
mismo nombre deberíamos coger el tren que, procedente de Huelva, nos llevaría al
apeadero de La Nava, para seguir el viaje en bestias hasta Encinasola, después
de que nos recogiese mi abuelo.
Recuerdo que estuvimos varias horas esperando el tren.
El tiempo se hacía interminable y se acercaba la hora de la comida. Sentados en
un viejo banco de madera del anden, abrió mi madre un “mochilo” sacando un
trozo de pan y una tortilla. Al desenvolver un papel de estraza que también se
incluía, vimos con extrañeza que contenía algo que no era normal. Mi madre,
aunque también sorprendida, aclaró que se trataba de un trozo de jamón que mi
tía Catalina nos había preparado para el viaje. Ellos, al vivir en el campo
habían podido engordar un cerdo para su matanza casera.
Fue tan grande la ilusión que me hizo ver y probar el
jamón por primera vez, -estaba buenísimo-, que es uno de los pequeños recuerdos
de mi vida que, aunque insignificante, he guardado siempre.
Pero como aquello fue una excepción irrepetible,
tuvieron que pasar muchos, muchos años más hasta que volví a comerlo de nuevo. Creo
que incluso se me había olvidado ya su sabor.
J. M. Santos
Amigo Santo,yo teneia referencia de semejante manjar de oido,quien me iba a decir,que años despues yo cortaria cientos de jamones en banquetes de bodas y comidas de empresas,muchos bellotas y otros de recebos.
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