lunes, 29 de octubre de 2012

RELATO POLICIAL (Los italianos)

Tal como se relatan, estos hechos tuvieron lugar el día 2 de  Febrero de 2004.
Se venían cometiendo, tanto en Sevilla capital como en la provincia de Cádiz, una serie de atracos continuados en entidades bancarias, cuyos autores eran un grupo organizado compuesto por varios individuos. Como detalles más significativos de su “mudus operandi” hay que señalar, que disfrazados con  pelucas y gafas de sol, entraban en los bancos y cajas de ahorros de forma decidida, empleando a veces una violencia innecesaria con el fin de amedrentar a empleados y clientes. Su acento era extranjero, posiblemente italiano o albanés, idiomas que dan lugar a confusión al ser pronunciados de forma parecida. Casi siempre exhibían las mismas armas o similares, demostrando sobrada profesionalidad en su  manejo.
Debido a sus reiteradas actuaciones, la prensa local hizo destacada publicidad sobre el asunto, colaborando en la creación de un ambiente de temor justificado; principalmente entre hombres y mujeres del gremio, que acudían a sus puestos de  trabajo con el recelo de que, en cualquier momento,  pudiesen  recibir  la visita de los indeseables sujetos. Al mismo tiempo, las autoridades locales también mostraban su preocupación, pues se empezaba a producir en la Ciudad lo que se conoce como alarma social.
           Tal situación dio lugar a que todos los componentes del Grupo 3º de Policía Judicial nos dedicásemos con prioridad al esclarecimiento de los hechos referidos. Hay que decir, que no es fácil encontrar el hilo inicial de una investigación en este tipo de delitos cuando, con lo que se cuenta al empezar, son sólo algunas positivas de escasa calidad obtenidas por los sistemas de filmación de las sucursales asaltadas sobre unos individuos con la fisonomía de sus rostros alterada y hablando en una lengua que no se entiende. Eso es precisamente lo que intentábamos ese día: contactar con confidentes, preguntar en hoteles y pensiones, llevar a cabo cuantas gestiones fuesen necesarias, encaminadas todas a encontrar el destello de luz que pudiera alumbrar esa primera e insignificante pista que señala el camino a seguir y que conduce a  la localización y detención de los delincuentes.
            A bordo de uno de los vehículos camuflados asignados a nuestra unidad íbamos: como conductor el Inspector Borja, Jefe de Grupo, a su lado Álvaro, segundo Jefe, también Inspector, y en la parte trasera el que relata. Serian sobre las 13´50 horas cuando de pronto, la Sala de Operaciones  del 091 anuncia por radio alarma de atraco en la sucursal del Monte (hoy La Caixa) ubicada en el Edificio Henares-1 (para que sirva de orientación a quien no se sitúe hay que decir, que tal edificio se encuentra en la calle José Jesús García Díaz, concretamente frente al supermercado Carrefour San Pablo). Utilizando la sirena ocasional colocada en el techo del vehículo y aprovechando las excelentes dotes del conductor, en pocos minutos nos trasladamos desde el Polígono Norte, zona donde nos encontrábamos, hasta el lugar indicado. En el mismo momento de la llegada, la Sala transmite nuevo comunicado en el sentido de que todo había sido falsa alarma; comunicado que bien podía servir de aviso para que cualquiera otra dotación que se dirigiese al lugar, desistiera de hacerlo para continuar con su servicio normal.
            Como quiera que ya nos encontrábamos en el sitio, decidimos echar una ojeada a la entidad, observándose que estaba cerrada, sin luz ni actividad laboral en su interior, detalles que no cuadraban con la operatividad diaria de las oficinas bancarias. Aunque también pudiera haber ocurrido que estuviesen realizando obras y alguien, por negligencia, accionara la alarma; supuesto que se daba con cierta frecuencia. Pero de pronto advertimos un detalle nuevo que, en principio, había pasado desapercibido: en el respaldo de una de las sillas usadas por las empleadas de caja, se veía colgada una prenda de vestir femenina. A partir de ese momento, ya no quedaba duda de que en el interior pudiera estar ocurriendo algo anormal.
            Hay que decir también, que alertada por el mismo comunicado, había llegado al lugar una patrulla motorizada, decidiendo el Jefe que los funcionarios se retirasen hasta un punto próximo desde donde pudiesen ver sin ser vistos. Algo parecido hicimos nosotros, pues dando la impresión de que nos marchábamos del lugar, nos situamos a escasos ochenta metros, concretamente frente a entidad y camuflados entre los vehículos de los aparcamientos del supermercado referido.
            La espera no se hizo larga, quizá algo menos de diez minutos, pero se podía palpar nuestra tensión; sobre todo, cuando de pronto se abrió la puerta de la sucursal y de su interior vimos salir a cuatro hombres con edad aproximada entre cuarenta y cincuenta y cinco años. Uno de ellos portaba en la mano una bolsa de plástico en la que se apreciaba contenido. Aparentemente tranquilos, continuaron por la acera derecha de la calle citada, con dirección hacia la Avenida Alcalde Luis Uruñuela, siendo seguidos de forma discreta, llegando a situarnos como a unos treinta metros de separación. Ellos no podían vernos debido a que, paralelo a la acera por donde caminaban, existía un seto de arbustos bastante crecidos que separa acera y calzada. Nuestra intención era aguantar un poco y buscar la ocasión más favorable para actuar; siempre contando con que se incorporase la patrulla como apoyo. Fue entonces cuando, sin esperarlo, uno de los individuos, abriéndose paso por entre las plantas, cruzó la calzada delante de nuestro vehículo para dirigirse hacia la parte izquierda, donde tenían aparcado un coche de la marca Ford, modelo Focus, el que abrió con llave e intentó poner en marcha; tal vez con la intención de recoger a sus compinches algunos metros más adelante.
            Así las cosas, ya no quedaba tiempo sino para intervenir, y de forma rápida, pues corríamos el riesgo de que pudiesen escapar si conseguían subir al automóvil. En ese momento, haciendo una maniobra brusca, el vehículo policial cambió de dirección, situándose a muy escasa distancia del que pretendía conducir el individuo, consiguiendo de esta forma bloquear su salida. A pesar de ello, el atracador, que ya se había percatado de nuestra presencia, intentaba apearse exhibiendo al mismo tiempo una pistola que ocultaba en su cintura. No consiguió salir del coche, como tampoco utilizar el arma, ya que el jefe, empuñando la suya reglamentaria se abalanzó sobre él, entablándose entre ambos un tremendo forcejeo.
 Mientras Borja trataba de desarmar y reducir al individuo, nosotros, amparados tras el seto  para no ser descubiertos, echamos a correr en la misma dirección que seguían el resto de los “chorizos”. Una vez que fueron rebasados, aprovechando la sorpresa, de un salto nos plantamos en la acera por donde caminaban, situándonos de frente y a escasos dos metros de ellos. Pistola en mano gritamos de forma enérgica: ¡Alto, policía!... ¡Al suelo, al suelo! (Repetidas veces).
Nunca he podido saber por qué mi compañero, en aquellos momentos comprometidos se situó de cuclillas. Quizá lo hizo por ofrecer un menor blanco ante los posibles disparos de los individuos; o tal vez fue una acción instintiva que ni él mismo, pasado el tiempo, ha podido explicar. Puede incluso, que su intención no fuese otra que lanzar un mensaje a los “malos” dándoles a entender que la cosa iba, pero que muy en serio, actuando con todas las consecuencias y sin la más mínima intención de retroceder ni un palmo. 
 El resultado fue, que aunque en principio dudaron algunos segundos, los “tíos” debieron comprender su difícil situación y se echaron al suelo, boca abajo y de forma rápida. A uno de ellos -- el de mayor edad--, al tumbarse se le cayó la pistola que llevaba en su cintura, llegando rebotada casi hasta mis pies; arma que fue separada de una patada para quitarla de su alcance. Recuerdo que era de la marca Pietro Beretta, en impecable estado de conservación y con siete balas en su cargador. Una vez esposados, fueron recogidos varios fajos de billetes que, al salirse de la bolsa, habían quedando esparcidos por el pavimento; en total algo más de 30.000 euros. Desde nuestra situación, todavía  podíamos ver como en la acera de contraria, Borja seguía tratando de doblegar al “prenda” que le tocó en suerte, hasta conseguir que por fin soltara la pistola, arma que se encontraba igualmente municionada.
            Como anécdota se cuenta, que mientras estaban tumbados en la acera, uno de ellos, pálido y con el rostro desencajado por el terror, trataba de decir con voz entrecortada que apenas salía de su alma: “ Oiga Vd…. que yo… que yo…” ¡¡Tú te quedas quieto ahí sin mover ni un dedo!! le gritaba Álvaro. Por fin pudo pronunciar: “Que yo… que yo… soy… el director de la Caja y estos hijos de… me han sacado a punta de pistola, obligándome a que les acompañara como rehén. Os pido que ayudéis cuanto antes a mis compañeros y algunos clientes que se encuentran encerrados dentro de la oficina. Las llaves de la sucursal las tiene ése (señalaba al detenido de más edad), individuo que al salir se había encargado de cerrar la puerta, guardándolas en su bolsillo.
            Alguien dirá: ¿Y dónde se encontraba la patrulla? A esta pregunta hay que responder que estaba próxima; además, con mucho interés por intervenir en el “fregado”. Pero todo sucedió de forma tan rápida – puede que algo menos de dos minutos -- que cuando llegaron los compañeros uniformados, ya estaban los “tíos” amarrados. Si puedo asegurar que estos segundos, quedaron encuadrarlos entre los más largos y comprometidos de mi vida profesional.
            Un vez detenidos e informados de sus Derechos Constitucionales (entendían sobradamente el castellano), fueron traslados a la Jefatura Superior de Policía. Mientras tanto, continuamos con las gestiones encaminadas al esclarecimiento de lo sucedido. El primer paso fue, abrir la sucursal y liberar a las asustadas víctimas que se encontraban en su interior (cinco empleados y tres clientes).Ya más tranquilo, el director fue refiriendo que los atracadores habían accedido al patio de operaciones aprovechando la entrada al local de una mujer, a la cual y desde dentro, una empleada le habían facilitado la apertura automática de la puerta de acceso. Tan pronto estuvieron  en el interior,  amenazando con  sus armas, obligaron a tumbarse en el suelo a los presentes, exigiendo al mismo tiempo que les abriesen la caja fuerte principal. Cuando les hicieron saber que ésta disponía de retardo de apertura, decidieron esperar el tiempo preciso para que se desbloquease. Mientras tanto encerraron a todos en una habitación, apagaron la luz e impidieron, cerrando con llave, el acceso desde el exterior a posibles clientes. De momento habían conseguido el dinero, tanto el que había en la sucursal como el particular que llevaban encima empleados y clientes, así como sus móviles y otros efectos personales. Pero, con lo que no contaron los “chorizos” fue, que previamente una de las cajeras, sin ser vista y mientras se apoyaba sobre el mostrador para tumbarse, tuvo la valiente y arriesgada decisión de pulsar el botón que accionó la alarma.
Es de resaltar la osadía demostrada por los atracadores, pues durante el transcurso de los acontecimientos y al ser activada, la alarma se recibió en la Sala del 091. Como es norma, desde este centro de control, se contactó por teléfono con la Caja de Ahorros para comprobar lo que ocurría. Al escucharse el terminal de teléfono en la Caja y con el fin  de que todo pareciese normal, los individuos autorizaron a una de las empleadas para que atendiese la llamada. Cuando la chica dijo a los delincuentes que quien comunicaba era la Policía, éstos, lejos de preocuparse, le advirtieron bajo amenaza que siguiera la conversación y facilitara con toda naturalidad la clave de alarma que pedía la Sala del 091, añadiendo además  que en la oficina no estaba ocurriendo nada extraordinario.
            Mientras se tramitaba el atestado correspondiente, a través de la Unidad Nacional de Europol,  se pudo comprobar de forma documental que los detenidos eran ciudadanos italianos, conociéndose que a los tres les figuraban numerosos antecedentes delictivos por diferentes motivos. A uno de ellos incluso le constaba orden de busca y captura en vigor, que interesaban las autoridades judiciales de su país, por asesinato. Igualmente, en los registros domiciliarios autorizados que se llevaron a cabo en la provincia de Cádiz, concretamente en La Barrosa y Conil, fue intervenida abundante documentación que relacionaban a los  detenidos con el blanqueo de capital.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
                                                                               J.M.Santos

1 comentario:

  1. Santos, esto se llama olfato policial. Otros se hubieran vuelto. Saludos

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