lunes, 3 de septiembre de 2012

El sombrero negro (relato policial)




  
          

              

      Diré como introducción, que han pasado muchos años desde que ingresé como alumno en la Academia de la entonces Policía Armada ubicada en el barrio de Canillas de Madrid. A lo largo de todo este tiempo, fui conociendo muy de cerca cada uno de los cambios y vicisitudes por las que fue pasado el Cuerpo.

Trabajando siempre en primera línea, guardo un sin fin de recuerdos y anécdotas; principalmente ocurridas durante mi paso por el popular 091, del que me queda la satisfacción de haber sido pionero. Es quizá en este servicio donde más se aprende de la vida, ya que al estar en contacto directo con el pueblo llano, se palpa con mayor intensidad la cruda tragedia humana en todas sus dimensiones.

De una u otra forma, no cambiaría por nada mi permanencia durante más de 20 años consecutivos al Grupo 3º de la Brigada de Policía Judicial de Sevilla. Esta unidad, conocida también como Grupo de Atracos, tenía como misión principal y de forma prioritaria, la investigación de hechos delictivos cometidos con armas de fuego; sobre todo en entidades bancarias. Durante mi prolongada estancia en el referido grupo, tuve ocasión de participar en bastantes hechos de relevancia, viviendo a veces, situaciones comprometidas.

 Tratando de abrir una nueva línea de relatos, he creído oportuno hablar sobre éste que sigue a continuación, contando los hechos de forma real, tal como ocurrieron y siguiendo riguroso orden cronológico de los acontecimientos.

Trascurría sin incidencias la mañana de un luminoso día del mes Abril. El centro de Sevilla --como casi siempre--, se encontraba abarrotado de gente que, de forma despreocupada, transitaba de uno a otro lado haciendo sus compras o quehaceres. En el ambiente ya se respiraba el fino y agradable olor del azahar en pleno apogeo.

El que suscribe, en unión de otro compañero, a bordo de un vehículo camuflado llevábamos a cabo gestiones rutinarias relacionadas con investigaciones en curso por distintos puntos de la Ciudad. De pronto y como era habitual, la Sala del 091 emitió comunicado radiofónico en el que se anunciaba alarma general de atraco en la calle Adolfo Sánchez Domínguez nº4, sucursal del Banco Hispano-luso. Por tratarse de un tipo de delito cuya investigación competía de lleno a nuestra unidad, nos acercamos al lugar con la rapidez que la circulación del momento lo permitía.

Entramos en la entidad después de tomar las precauciones que marca el protocolo de actuación en estos casos, encontrando tanto a empleados como a clientes, bastante asustados. Después de identificarnos, al ser preguntados empezaron a referir que los hechos ocurrieron de la forma siguiente: momentos antes había pasado al patio de operaciones del banco un hombre de unos 35 años, de complexión normal y buena presencia. Usaba gafas de sol y cubría su cabeza con un sombrero de tela de color negro. Aunque hablaba de forma aceptable el castellano, no podía ocultar su acento extranjero.

 El individuo, exhibiendo una pistola con la que amenazaba a los presentes, se acercó a la ventanilla de caja pidiendo de forma enérgica, que todo el dinero disponible lo introdujeran en un bolso que colgaba de su hombro. Las mismas palabras constaban en un papel manuscrito que el sujeto traía preparado de antemano y que al mismo tiempo entregó a la empleada. Ésta, muy nerviosa y ante la actitud amenazante del individuo, se dispuso sin demora a dar cumplimiento a las exigencias que le estaban siendo impuestas. En esos momentos el atracador, bien porque receló de algo, no vio la situación clara o cualquier otro motivo desconocido, abandonó la sucursal sin conseguir su propósito. Como dato más significativo, en de su “modus operandi” resaltaba la violencia empleada con sus palabras, así como la forma resuelta de desenvolverse.

Mientras se disponía lo necesario para que empleados y testigos prestasen declaración sobre lo sucedido, a través de nuestro equipo de radio portátil, se escuchó otro comunicado procedente de la Sala en el que se daba cuenta de una nueva tentativa de atraco; concretamente en el Banco Central --hoy Santander--, ubicado en la Avenida de la Constitución n º 3, distante sólo a unos trescientos metros del lugar donde nos encontrábamos. Al parecer, este nuevo hecho había sido llevado a cabo por la misma persona.

 Por tal motivo decidimos de inmediato posponer las gestiones burocráticas y acudir a la entidad; trayecto que se hizo a pie debido a la cercanía. Al llegar fuimos informados sobre el nuevo suceso, conociéndose que había ocurrido de forma similar al anterior. Tampoco esta vez el autor había conseguido consumar su propósito.

Aunque no es frecuente este tipo de comportamiento en un atracador de bancos, tuvimos muy en cuenta que el delincuente podría encontrase todavía por la zona, siendo posible que volviera a intentarlo en vista de sus fracasadas tentativas anteriores. Así las cosas, acordamos situarnos en un punto fijo y con visibilidad suficiente desde donde pudiéramos dominar el mayor espacio posible. Para tal fin escogimos la Plaza Nueva en su confluencia con calle Tetuán, exactamente frente al BBVA. Hay que decir, que alertado por los mensajes de radio que se cruzaban, se había unido a nosotros un compañero de otra unidad que también trabajaba por la zona.

Colocados en el punto referido, estuvimos largo rato fijando nuestra atención --sin resultado--, en cada uno de los muchos varones que transitaban en uno u otro sentido. De pronto, procedente de la calle Sierpes, vimos aparecer entre el numeroso gentío un sujeto de características físicas similares a las del buscado. Llevaba además el tipo de sombrero referido.

Desde un primer momento estuvimos casi seguros que se trataba de nuestro hombre. Andaba despacio, --como tratando de pasar desapercibido--. Pero… ¡sorpresa!, porque el individuo rodeaba fuertemente con su brazo izquierdo los hombros de una mujer joven, a la que obligaba a caminar poco menos que de puntillas. Resultaba evidente que la fémina, con cara de espanto, lo hacía en contra de su voluntad.

La distancia entre pareja y policías era cada vez más corta. Nos separaban unos diez metros y se dirigían hacia nosotros, teniendo que pasar forzosamente a nuestro lado. Ya se podía apreciar sin ninguna duda que, en su mano derecha, el delincuente empuñaba una pistola que trataba de ocultar a la altura del costado de la joven. No quedaba distancia ni tiempo para preparar una forma concreta de actuar pero, sólo con cruzar nuestras miradas, los tres entendimos la situación, teniendo muy claro que había que decidir de forma rápida.

Nuestra reacción fue inmediata. Al pasar y aprovechando la sorpresa, como empujados por el mismo muelle, nos abalanzamos sobre el individuo. Sin entrar en otros detalles diré que la pistola voló por el aire, al igual que la abundante cantidad de billetes que guardaba en el bolso. En pocos segundos el “atraca” estaba tumbado en el suelo boca abajo y con los grilletes puestos. La rehén, descompuesta, echó a correr desapareciendo tan pronto se vio liberada.

  Durante los minutos que siguieron y mientras esperábamos la llegada de un patrullero para que efectuara el traslado del detenido a la Jefatura Superior, asombrado, numeroso gentío formó círculo alrededor sin dar crédito a lo que acababan de presenciar. Alguna persona desconocida tomó la positiva que se ve; foto que apareció publicada por la prensa local el día siguiente junto a un amplio reportaje y en la que, con acertado criterio periodístico, no se ven nuestras cabezas. (Su calidad es escasa, al ser escaneo de fotocopia)

¿Qué había ocurrido?... Pues lo supimos tan pronto como fue posible recabar los datos suficientes para instruir el correspondiente atestado policial. El extranjero resultó ser un vividor trotamundos de nacionalidad norteamericana. Tal como se sospechaba, después de su segundo intento de robo fallido probó suerte en una nueva entidad bancaria; concretamente en la importante oficina de la entonces Caja de Ahorros San Fernando de Sevilla en calle Sierpes n º 85.

 A pesar de sus medidas de seguridad, el delincuente había conseguido entrar en la zona de caja. Sin dejar de encañonar con su arma a todo lo que se movía, consiguió apoderarse de bastante cantidad de dinero –unos siete millones de las antiguas pesetas--, que guardó en su bolso. Como quiera que para salir del establecimiento se veía obligado a cruzar frente a dos vigilantes de seguridad armados que controlaban la entrada y salida, el sujeto agarró por el cuello como rehén a una de las cajeras. De esta forma pasó impunemente por la zona de control.

 Una vez en el exterior siguieron con dirección hacia la Plaza de San Francisco, continuando por calle Granada hasta llegar al punto donde se encontró con nosotros. Mientras caminaba junto a la muchacha, era seguido a distancia prudencial por varios compañeros de trabajo de la joven y alguno de los vigilantes; detalles que pudimos conocer posteriormente.

Aunque han transcurrido bastantes años, cada vez que cruzo por el lugar acude a mi mente la repetición de los hechos contados. Tampoco nos quedó claro, si la forma de resolver la papeleta que se nos presentó de improviso fue la más adecuada. Situaciones parecidas estamos hartos de presenciar en las películas, siendo fácil juzgar desde la cómoda butaca de un cine. Sí puedo asegurar, que para conocer la forma de reaccionar de cada cual, hay que encontrarse en el lugar y vivir el momento. De una u otra forma, tanto a los compañeros como a mí, siempre nos quedó el convencimiento pleno de que actuamos con la mejor de las intenciones y empleando la entereza que la situación requería en aquellos momentos nada fáciles.                                                                                                                            J.M. Santos









                    
       







  



2 comentarios:

  1. Con tu relato me identifico amigo Santos, ya que durante muchos años he apatrullado la ciudad como decia El Fari. Y la verdad que son muchos casos unos graciosos y otros no tan graciosos como el que cuentas.

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