Trabajando siempre en primera línea, guardo
un sin fin de recuerdos y anécdotas; principalmente ocurridas durante mi paso
por el popular 091, del que me queda la satisfacción de haber sido pionero. Es
quizá en este servicio donde más se aprende de la vida, ya que al estar en
contacto directo con el pueblo llano, se palpa con mayor intensidad la cruda
tragedia humana en todas sus dimensiones.
De una u otra forma, no cambiaría por nada mi
permanencia durante más de 20 años consecutivos al Grupo 3º de la Brigada de
Policía Judicial de Sevilla. Esta unidad, conocida también como Grupo de
Atracos, tenía como misión principal y de forma prioritaria, la investigación
de hechos delictivos cometidos con armas de fuego; sobre todo en entidades
bancarias. Durante mi prolongada estancia en el referido grupo, tuve ocasión de
participar en bastantes hechos de relevancia, viviendo a veces, situaciones
comprometidas.
Tratando de abrir una nueva línea de relatos,
he creído oportuno hablar sobre éste que sigue a continuación, contando los
hechos de forma real, tal como ocurrieron y siguiendo riguroso orden cronológico
de los acontecimientos.
Trascurría sin incidencias la
mañana de un luminoso día del mes Abril. El centro de Sevilla --como casi
siempre--, se encontraba abarrotado de gente que, de forma despreocupada,
transitaba de uno a otro lado haciendo sus compras o quehaceres. En el ambiente
ya se respiraba el fino y agradable olor del azahar en pleno apogeo.
El que suscribe, en unión de otro
compañero, a bordo de un vehículo camuflado llevábamos a cabo gestiones
rutinarias relacionadas con investigaciones en curso por distintos puntos de la
Ciudad. De pronto y como era habitual, la Sala del 091 emitió comunicado
radiofónico en el que se anunciaba alarma general de atraco en la calle Adolfo
Sánchez Domínguez nº4, sucursal del Banco Hispano-luso. Por tratarse de un tipo
de delito cuya investigación competía de lleno a nuestra unidad, nos acercamos
al lugar con la rapidez que la circulación del momento lo permitía.
Entramos en la entidad después de
tomar las precauciones que marca el protocolo de actuación en estos casos,
encontrando tanto a empleados como a clientes, bastante asustados. Después de
identificarnos, al ser preguntados empezaron a referir que los hechos ocurrieron
de la forma siguiente: momentos antes había pasado al patio de operaciones del
banco un hombre de unos 35 años, de complexión normal y buena presencia. Usaba
gafas de sol y cubría su cabeza con un sombrero de tela de color negro. Aunque
hablaba de forma aceptable el castellano, no podía ocultar su acento
extranjero.
El individuo, exhibiendo una pistola con la
que amenazaba a los presentes, se acercó a la ventanilla de caja pidiendo de
forma enérgica, que todo el dinero disponible lo introdujeran en un bolso que
colgaba de su hombro. Las mismas palabras constaban en un papel manuscrito que
el sujeto traía preparado de antemano y que al mismo tiempo entregó a la
empleada. Ésta, muy nerviosa y ante la actitud amenazante del individuo, se
dispuso sin demora a dar cumplimiento a las exigencias que le estaban siendo
impuestas. En esos momentos el atracador, bien porque receló de algo, no vio la
situación clara o cualquier otro motivo desconocido, abandonó la sucursal sin
conseguir su propósito. Como dato más significativo, en de su “modus operandi”
resaltaba la violencia empleada con sus palabras, así como la forma resuelta de
desenvolverse.
Mientras se disponía lo necesario
para que empleados y testigos prestasen declaración sobre lo sucedido, a través
de nuestro equipo de radio portátil, se escuchó otro comunicado procedente de
la Sala en el que se daba cuenta de una nueva tentativa de atraco;
concretamente en el Banco Central --hoy Santander--, ubicado en la Avenida de
la Constitución n º 3, distante sólo a unos trescientos metros del lugar donde
nos encontrábamos. Al parecer, este nuevo hecho había sido llevado a cabo por
la misma persona.
Por tal motivo decidimos de inmediato posponer
las gestiones burocráticas y acudir a la entidad; trayecto que se hizo a pie
debido a la cercanía. Al llegar fuimos informados sobre el nuevo suceso, conociéndose
que había ocurrido de forma similar al anterior. Tampoco esta vez el autor
había conseguido consumar su propósito.
Aunque no es frecuente este tipo
de comportamiento en un atracador de bancos, tuvimos muy en cuenta que el
delincuente podría encontrase todavía por la zona, siendo posible que volviera a
intentarlo en vista de sus fracasadas tentativas anteriores. Así las cosas,
acordamos situarnos en un punto fijo y con visibilidad suficiente desde donde
pudiéramos dominar el mayor espacio posible. Para tal fin escogimos la Plaza
Nueva en su confluencia con calle Tetuán, exactamente frente al BBVA. Hay que
decir, que alertado por los mensajes de radio que se cruzaban, se había unido a
nosotros un compañero de otra unidad que también trabajaba por la zona.
Colocados en el punto referido, estuvimos
largo rato fijando nuestra atención --sin resultado--, en cada uno de los
muchos varones que transitaban en uno u otro sentido. De pronto, procedente de
la calle Sierpes, vimos aparecer entre el numeroso gentío un sujeto de
características físicas similares a las del buscado. Llevaba además el tipo de
sombrero referido.
Desde un primer momento estuvimos
casi seguros que se trataba de nuestro hombre. Andaba despacio, --como tratando
de pasar desapercibido--. Pero… ¡sorpresa!, porque el individuo rodeaba
fuertemente con su brazo izquierdo los hombros de una mujer joven, a la que
obligaba a caminar poco menos que de puntillas. Resultaba evidente que la
fémina, con cara de espanto, lo hacía en contra de su voluntad.
La distancia entre pareja y
policías era cada vez más corta. Nos separaban unos diez metros y se dirigían
hacia nosotros, teniendo que pasar forzosamente a nuestro lado. Ya se podía
apreciar sin ninguna duda que, en su mano derecha, el delincuente empuñaba una
pistola que trataba de ocultar a la altura del costado de la joven. No quedaba
distancia ni tiempo para preparar una forma concreta de actuar pero, sólo con
cruzar nuestras miradas, los tres entendimos la situación, teniendo muy claro
que había que decidir de forma rápida.
Nuestra reacción fue inmediata.
Al pasar y aprovechando la sorpresa, como empujados por el mismo muelle, nos
abalanzamos sobre el individuo. Sin entrar en otros detalles diré que la
pistola voló por el aire, al igual que la abundante cantidad de billetes que
guardaba en el bolso. En pocos segundos el “atraca” estaba tumbado en el suelo
boca abajo y con los grilletes puestos. La rehén, descompuesta, echó a correr
desapareciendo tan pronto se vio liberada.
Durante los minutos que siguieron y mientras esperábamos la llegada de
un patrullero para que efectuara el traslado del detenido a la Jefatura
Superior, asombrado, numeroso gentío formó círculo alrededor sin dar crédito a
lo que acababan de presenciar. Alguna persona desconocida tomó la positiva que se
ve; foto que apareció publicada por la prensa local el día siguiente junto a un
amplio reportaje y en la que, con acertado criterio periodístico, no se ven nuestras
cabezas. (Su calidad es escasa, al ser escaneo de fotocopia)
¿Qué había ocurrido?... Pues lo
supimos tan pronto como fue posible recabar los datos suficientes para instruir
el correspondiente atestado policial. El extranjero resultó ser un vividor
trotamundos de nacionalidad norteamericana. Tal como se sospechaba, después de
su segundo intento de robo fallido probó suerte en una nueva entidad bancaria; concretamente
en la importante oficina de la entonces Caja de Ahorros San Fernando de Sevilla
en calle Sierpes n º 85.
A pesar de sus medidas de seguridad, el delincuente
había conseguido entrar en la zona de caja. Sin dejar de encañonar con su arma
a todo lo que se movía, consiguió apoderarse de bastante cantidad de dinero
–unos siete millones de las antiguas pesetas--, que guardó en su bolso. Como
quiera que para salir del establecimiento se veía obligado a cruzar frente a
dos vigilantes de seguridad armados que controlaban la entrada y salida, el
sujeto agarró por el cuello como rehén a una de las cajeras. De esta forma pasó
impunemente por la zona de control.
Una vez en el exterior siguieron con dirección
hacia la Plaza de San Francisco, continuando por calle Granada hasta llegar al
punto donde se encontró con nosotros. Mientras caminaba junto a la muchacha,
era seguido a distancia prudencial por varios compañeros de trabajo de la joven
y alguno de los vigilantes; detalles que pudimos conocer posteriormente.
Aunque han transcurrido bastantes años, cada vez que cruzo por el lugar acude a mi mente la repetición de los hechos contados. Tampoco nos quedó claro, si la forma de resolver la papeleta que se nos presentó de improviso fue la más adecuada. Situaciones parecidas estamos hartos de presenciar en las películas, siendo fácil juzgar desde la cómoda butaca de un cine. Sí puedo asegurar, que para conocer la forma de reaccionar de cada cual, hay que encontrarse en el lugar y vivir el momento. De una u otra forma, tanto a los compañeros como a mí, siempre nos quedó el convencimiento pleno de que actuamos con la mejor de las intenciones y empleando la entereza que la situación requería en aquellos momentos nada fáciles. J.M. Santos
Con tu relato me identifico amigo Santos, ya que durante muchos años he apatrullado la ciudad como decia El Fari. Y la verdad que son muchos casos unos graciosos y otros no tan graciosos como el que cuentas.
ResponderEliminarEstraordinario
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