Alguien puede pensar que, delincuencia y sociedad,
son dos cosas distintas e independientes una de la otra. Escuchamos hablar
sobre delincuencia y ponemos el grito en el cielo creyendo estar ante un
fenómeno ajeno al que vemos desde lejos, con indiferencia. Es como si se
tratase de un tornado que asusta, pero sin llegar a pensar que alguna vez
pudiera sobrevolar nuestro tejado.
No es mi intención discutir opiniones ya expresadas
por los estudiosos del tema. Sí tengo que decir, según mi parecer, que algunos
de los exponentes, puede que por desconocimiento real sobre la cuestión, se
pierden entre legislación y tecnicismo sin llegar a coger “el toro por los
cuernos”. En algunos casos, sus mensajes no llegan a calar en la mentalidad del
pueblo llano que, en definitiva, es a quién van dirigidos los comentarios que
siguen. Para opinar sobre la relación real entre delincuencia y sociedad, deberíamos
de aparcar las palabras técnicas y señalar que “el pan es pan y el vino, vino”.
Hay que decir, sin tapujos, que la delincuencia es una rama que brota desde la
médula de la misma sociedad y que, en cada uno de nosotros, junto a la de la
bondad, también germina la semilla del delito.
Son innumerables los hechos delictivos que se
cometen cada momento; principalmente en las grandes ciudades. Por ser dos tipos
de los que mayor impacto social genera, pondremos como ejemplo el conocido
tirón de bolso, o el robo con intimidación con arma blanca (“shirla”, dentro
del argot policial). Tras el hecho, una vez conseguido el botín, el “choro”-delincuente-,
solo tiene que desplazarse al barrio próximo y situarse cerca de la puerta de
cualquier supermercado o paso obligado de personas. Desde el punto elegido y
con discreción, empezará a mostrar su lote. De esta forma, primero despierta la
curiosidad malintencionada y después el egoísmo del espabilado de turno que, a
no tardar y guardando la oportuna cautela, se le acercará, adquiriendo sin
escrúpulo y como ganga ocasional a muy bajo precio, la joya que le ofrece el “navajero”
que, poco antes, colgaba del cuello de la persona asaltada.
El comprador
-de cualquier nivel social-, conoce perfectamente la procedencia ilícita de su
adquisición. Es aquél con sello de persona honrada que, aparentemente exaltado,
cuando llega a su barrio se luce ante sus vecinos echando la culpa de la
situación de inseguridad generalizada existente, tanto a la policía como a
jueces y autoridades en general. Aunque él lo sabe, nunca reconocerá que con su
acción, se coloca a la misma altura delincuencial de quien cometió el hecho.
Otras
veces, los “cacos” harán su visita nocturna a cualquier almacén o tienda
comercial, arrasando con todo lo de valor que encuentran; normalmente jamones,
ordenadores o cualquier otro aparato electrónico. En fecha no muy lejana, todo
lo robado iba a parar a manos de otro tipo de delincuente conocido como “El
perista” quien, a bajo precio, receptaba la mercancía y se encargaba de su
distribución y venta entre sus “clientes”.
Hoy, como
esta figura se encuentra casi en extinción, los ladrones llevarán el “consumao”
–botin-, a su barrio. La noticia del robo correrá pronto de boca en boca. Como
“moscas a la miel”, acudirán infinidad de personas de las consideradas
“decentes” que, sin ningún reparo, comprarán por “cuatro perras” todo lo que se
les ofrezca. Los mismos aparatos se podrían ver el siguiente día en cualquier
mercadillo, siendo fácil encontrar un portátil de marca por 200 euros, o incluso
menos. Lo comprará sin duda alguna, el caza-oportunidades de turno; “honorable”
ciudadano que también prefiere mirar hacia otro lado y olvidarse de dónde
procede.
Estaría en un error si alguien pudiera pensar que el
microbio de la delincuencia sólo se incuba en los barrios marginales donde la
pobreza y la droga, junto a la escasa autoestima y otras muchas carencias,
campan a su antojo. De esta plaga está infectada la sociedad en general, sin
que se tenga en cuenta cuna o cultura. Se podría afirmar incluso, que mientras
más elevado es el escalón social de una persona, más agresivo es su estado
delincuencial. Aunque no se trata de descubrir nada nuevo, no se puede dejar de
decir que cualquiera de los delitos mencionados hasta el momento, se quedan en
pañales si se comparan con los que se cometen en las altas esferas por
individuos cargados de codicia. Codicia oculta tras una corbata, apariencia de
señor o apellido de renombre.
Cuando el
grupo operativo correspondiente de la Policía inicia cualquier investigación de
cierto calado, a medida que se va “tirando del hilo”, resulta asombroso conocer
los entresijos que se descubren y los protagonistas que aparecen. Unas veces operan
a título individual; otras, formando parte de cualquier mafia amparada bajo
siglas engañosas o de aparente buena reputación.
De
esta plaga, no se libra ningún gremio conocido. En fecha ya lejana, los medios
de comunicación en Sevilla hicieron amplio eco de una trama compuesta por
varios abogados, un director de oficina bancaria y también algún notario. Estos
personajes, a los que, de momento nombraremos como “presuntos”, bajo sello legal
se aprovechaban de la precaria situación económica de personas a las que la
crisis les había colocado la cuerda al cuello. Sus víctimas, obligadas a tener
que realizar pagos a empleados u otras deudas de difícil solvencia, acudían a
ellos. Éstos, sin reparo de ningún tipo, les proporcionaban préstamos casi
imposibles de reintegrar. Abusando de la situación angustiosa de los
endeudados, tensaban la cuerda hasta el límite. El fin no era otro sino
quedarse por “cuatro perras” con sus viviendas u otros bienes.
Fue
acusado en su día de delincuencia sexual el ex director del Fondo Monetario Internacional.
Como es sobradamente conocido, algunos sacerdotes han sido sentados en el
banquillo por delitos similares. ¿Y, por qué no mencionar también los robos de
bebés en hospitales en años pasados? Más de un profesional sanitario, médicos,
enfermeras y alguna que otra monja, han tenido que dar explicaciones sobre el
asunto ante la fiscalía. Igualmente, causa rubor saber que bastantes políticos elegidos
por el pueblo o colocados a dedo, amparándose en su posición de privilegio, se
han enriquecido de forma desvergonzada, estafando y saqueando a ese mismo
pueblo al que dicen representar.
Interminable se haría la lista de nombres y casos relacionados
con individuos conocidos por todos – chusma, de la que cuelga etiqueta de postín-
que han sido procesados y condenados por estafa, tráfico de droga, extorsión y otros
tipos delictivos. De forma lamentable, sólo nos llama la atención la
delincuencia que nace en los barrios bajos, tolerando o pasando por alto la que
se comete por personajes públicos. Más acertado sería llamarles “chorizos
públicos”.
No quito ni una coma al decir que delincuencia y sociedad viajan en el mismo tren y dentro del mismo vagón. No obstante, también es de justicia recordar el viejo refrán que dice: “metámonos todos en el hoyo y sálvese quien pueda”. Sin duda, algunas personas escaparían del agujero. Son aquéllas que, con su cara alta, pueden exclamar sin sonrojo: “yo sí puedo arrojar la primera piedra”. J.M. Santos
Buen plateamiento y conocimiento del tema.
ResponderEliminarComo bien dices, los que hemos estado tantos años al pie del cañon, sabemos de muchos casos y anecdotas. unas curiosas y otras de bastante peligro.
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