Este relato que se cuenta tuvo lugar un día del mes
de Enero de 1962. Nos encontrábamos
arrancando jaras en La Sierra, término de Encinasola, finca lindante con la
frontera de Portugal. Nuestro patrón era Custodio, conocido también como “El Marqués” y la cuadrilla estaba formada por
nueve o diez muchachos, todos jóvenes: Manolo “falero”, Manolo “tulipán”,
Vicente “jarero”,” Mermeja”, Manuel Márquez y el que suscribe -- en este
momento no recuerdo el nombre o apodo de otros---. Como se puede observar,
entre los reseñados se encontraban, dicho con simpatía y en terminología
taurina, algunos de los mejores espadas de la travesura de aquellos tiempos. Nuestro
manijero --persona de confianza de “El amo”--, era Teodoro Márquez, apodado “catalino”,
hombre encantador ya fallecido con quien, a lo largo de los años, tuve el
placer de charlar en numerosas ocasiones. Aún hoy le recuerdo con mucho afecto.
La lluvia no había cesado en toda la mañana, motivo
por el que habíamos pillado una “carzoná” de las gordas. Cuando se acercaba la
hora de la comida, al tirar de una frondosa mata de jara que tenía sus raíces
entre las piedras de un “majano”, salió de su guarida una hermosa culebra. Recuerdo
que era de color oscuro y algo más de un metro de longitud. Aunque con
movimientos torpes debido a la baja temperatura ambiental, el ofidio trataba de
poner tierra por medio hasta que alguien, de un certero golpe, acabó con ella
de inmediato. A continuación fue colgada de una rama de la encina que nos
servía de “rancho”.
Poco después, nuestro capataz dispuso hacer el alto
acostumbrado para el almuerzo, no sin antes encender una gran hoguera para que,
en lo posible, fueran secándose nuestras muy empapadas prendas. Cuando habíamos
terminado de comer, uno de la cuadrilla dijo: Pues ahora, de postre, podíamos comernos
la culebra. Se cuenta por ahí que a la brasa está muy buena. La idea, de inmediato fue rechaza
por casi todos, excepto dos, que insistían en su empeño de condimentara.
No lo pensaron dos veces. Uno le quitó la piel dejando al descubierto
una carne blanca parecida al pescado conocido como cazón. Otro, cruzando la
frontera, se acercó hasta una casita muy próxima donde, una señora bastante
mayor y vestida completamente de negro, le dio un poco de sal, regresando pasados
algunos minutos.
Arreciaba las “palabrejas” subidas de tono. Dichos
tales como locos, puercos y otras similares, se oyeron repetidas veces. Lo
cierto fue que, ninguna de aquellas expresiones, consiguió cambiar la idea de los
que habían tomado la iniciativa.
¡Dicho y hecho!... Al momento, dos trozos
fueron cortados del cuerpo del reptil que, una vez rociados con sal, fueron
puestos sobre las abundantes brasas. Mientras tanto, el resto de los presentes seguíamos
con interés los acontecimientos.
Poco después,
en el ambiente empezó a percibirse un “tufillo” que despertaba los sentidos. Al
mismo tiempo, las presas en el fuego iban tomando un suave color dorado que invitaba
a detener la vista sobre ellas. No faltó quien dijo: ¡Coño! ... Por lo menos el
olor es agradable.
Pero el momento más expectante fue cuando, sin
ningún tipo de escrúpulo, empezaron a comerse la carne, diciendo al mismo
tiempo: ¡Pues si que está buena!... Nosotros vamos a preparar otro pedazo... Esta
vez no fueron dos los trozos, sino tres, ya que hubo un tercero que anunció su
deseo de que también quería probarla.
¿Qué cómo terminó la historia?... Pues fácil de
imaginar... Allí faltó culebra. Todos los presentes, sin excepción, comimos de
ella.
La juventud de entonces también hacíamos nuestras
locuras.
J.M. Santos
No muy lejos del lugar que cuentas, pocos años después, nos preparábamos para tapear un menú a base de carne de reptiles, batracios, mustálidos, etc.; más que nada por curiosidad pues éramos jóvenes y con ganas de vivir experiencias en aquella vida semisalvaje que nos tocó.
ResponderEliminarNo sé quién eres, tal vez si me orientan un poco llegaría a conocerte.He leido casi todos tus artículos y por lo general me ha gustado tu narrativa e imaginación; y sobre todo la temática de común interés para los que hemos vivido alguna de sus partes.Sigue escribiendo, creo que tienes dotes para regresarnos a aquellas vivencias de niñez y juventud.Saludos.Picorotero.