viernes, 5 de enero de 2007

RECUERDOS




           A todos los que nacimos en los años que siguieron a nuestra Guerra Civil 

 

Contado sin ningún resentimiento, este relato está basado en vivencias personales que tratan de rememorar viejos recuerdos. No se pretende que nosotros, los conocidos hoy como “carrozas”, queramos aparecer ante la juventud actual como héroes… No fuimos héroes ni mártires, sino protagonistas en el teatro de la vida, representando el papel que a cada uno le asignó su destino.

 

Vi la luz por vez primera un frío día del mes de noviembre, allá por la mitad de la década de los 40 en Encinasola; pueblo por aquellas fechas casi perdido y olvidado de la Sierra de Huelva. Mis primeros pasos fueron dentro de un ambiente humilde y con escasos recursos. Una familia más de las muchas que tuvieron que padecer las consecuencias de los no muy alejados conflictos políticos.

Aunque pocos años, pude asistir al colegio gracias al sacrificio y desvelo de mis padres, cosa que no dejaba de ser un privilegio. De mi maestro Don Eladio, guardo un muy grato recuerdo. Además de enseñar, trató siempre de inculcar a sus alumnos el valor de las cosas sencillas como son: la amistad, la honradez y el respeto a los demás; valores que a lo largo de la vida deberían de servirnos como estandarte.

 Desde muy jóvenes empezábamos a trabajar en el campo. Las ocupaciones más comunes eran: arrancar jaras, arar, segar, recoger aceitunas o hacer picón. A veces nos desplazábamos a dos horas de camino; andando o en bestia. Por un escaso jornal, permanecíamos en el tajo durante todo un largo día, para después y por los mismos medios, volver a casa cansados y empapados de agua en muchas ocasiones.

 A pesar de todo, ni se te ocurriera pronunciar la más leve palabra de protesta, pues te exponías a no ir al trabajo al día siguiente. O incluso pasar por el Cuartel, como ocurrió en algún caso, de donde muy bien podías salir fichado como rojo, tipo de delincuencia más habitual de aquellos tiempos.

Algunos, además de estos trabajos, cruzaban la frontera con Portugal. Sobre sus hombros transportaban las famosas mochilas de café que luego revendían en otro pueblo, a veces no tan cercano, consiguiendo algunos “durillos” para poder atender a las necesidades más básicas. Por este motivo, muchos cumplieron condena en la cárcel y a más de uno le costó la vida, como bien recordamos todos los que vivimos aquellos tiempos de injusticia. Sólo para unos pocos era la vida fácil.

Así fueron llegando las 16 y 17 primaveras. Años que, aunque cargados de mil carencias, se imponía imparable el ímpetu natural de la juventud dejando florecer ilusiones propias de la edad. Con la Universidad ni soñar. Para la gran mayoría de jóvenes, el significado de este nombre era desconocido. Por falta de medios, nadie, excepto los hijos de los pudientes, podía pensar en estudiar una carrera. En cuanto a diversiones, nos conformábamos con poder ir el domingo “parriba” a dar una vuelta y tomar alguna copa de vino en casa de Machaca, Antonio o El Litri. Al mismo tiempo alternábamos con pasear en la plaza, vuelta arriba y vuelta abajo, sin otro interés que el de hablar con las muchachas. En especial con alguna que ya empezaba a calar en tus sentimientos. Te dabas por satisfecho si alguna vez conseguías, con picardía sana y de forma que pareciese casual, rozar su mano.

Ningún muchacho tenía coche. Si acaso, alguno de familia con un poco de más solvencia económica, una bicicleta. No conocíamos las litronas, los cubatas ni los porros, pero respetábamos a nuestros mayores, aunque no fuesen tus padres. Pronto resaltaba el color en tus mejillas si por cualquier motivo eras reprendido por alguno de ellos.

Nuestra vida cotidiana en el pueblo estaba condicionada por dos mundos muy diferenciados. Las relaciones entre los que procedíamos del arado y los hijos de los acaudalados, no eran ni más ni menos fluidas. Simplemente no existían, salvo alguna excepción. A veces te sentías, como humillado y empequeñecido ante ellos. Si estos sentimientos no afloraban todavía con más fuerza, era debido a la ignorancia en la que vivíamos producida por el alto índice de analfabetismo entre la juventud.  

Pero todavía entre las personas mayores se acentuaban mucho más estas diferencias. Recuerdo a hombres de bastante edad haciendo gestos sumisos, “gorra en mano”, cuando por algún motivo --siempre de trabajo-- hablaban con “El señorito” o “El amo”, como se decía.

Llegado el verano, tras la siega y terminada la dura tarea de la recolección, esperábamos la llegada de la feria de Septiembre con gran ilusión. Para la fiesta, si disponías de ocho o diez pesetas que con mucho esfuerzo habías conseguido ahorrar durante el año, ya te podías dar por satisfecho. En la caseta de baile conocida como “la de los ricos”, instalada en la plaza y en el lugar más preferente frente a la puerta del Ayuntamiento, nos prohibían la entrada por no tener los de nuestra clase social acceso a ella. Bailábamos sí, y con mucha alegría, pero en el “paseo de arriba” donde años antes, tantas y tantas veces habíamos jugado al “chicuento”.

Nuestro contacto con el exterior se limitaba a las noticias --filtradas sin duda-- que escuchábamos en los pocos aparatos de radios de lámparas que había. Algunos eran de la marca “Invicta”, que todavía alguien conserva como una joya y en buen estado de funcionamiento. Predominaban los programas de discos dedicados y novelas de Sautiel Casaseca en las que, como argumento principal, siempre iban de la mano el amor y la tragedia.

De forma muy oculta, clandestina más bien, solo en círculos cerrados de hombres mayores y de tendencia izquierdista, se escuchaba por la noche un programa que emitía desde Dios sabe dónde, una emisora conocida como “Radio Pirenaica”. En este programa, famoso sobre todo por el sello especial que conlleva todo lo prohibido, se escuchaba con frecuencia a la casi mítica “Pasionaria“, así como otros personajes destacados del Partido Comunista del momento. Aunque no de forma abierta, al día siguiente, entre mezcla de ilusión política frustrada y esperanza, se comentaban en los tajos las noticias más interesantes. Aunque siempre con recelo y mirando alrededor, ante el temor de ser escuchado por alguna persona no de confianza que muy bien pudiera delatar las ideas políticas de quien hablaba.

Había familias que estaban suscritas a publicaciones que se repartían en fascículos ---no recuerdo si cada quince o treinta días-- que luego, en torno a una camilla y al calor del brasero, eran leídos en voz alta por el miembro familiar más suelto en la lectura. Escuchaban, además de todos sus componentes, alguna vecina que acudía. Una de estas novelas, también del género dramático, era conocía como “Madrecita”.

Apareció después la televisión en blanco y negro. Gran invento que, posiblemente, pudo ser el origen de lo que pudiéramos llamar la revolución de nuestra mentalidad. Aunque no era nada fácil encontrar un hueco para colocarse delante del aparato, pues éstos eran muy contados. Creo que el que más juventud reunía era uno instalado en la casa del párroco Don Horacio. Hubo otro posteriormente en la carpinteria-bar situada en la calle Eugenio Silvela. No puedo recuerdo con certeza si ya por aquellas fechas pudimos ver el atentado que costó la vida al presidente Kennedy hecho que, como sabemos, tuvo lugar en el mes de noviembre del 63.

A pesar de todo, mirando hacia atrás y después de tantos años trascurridos, pienso que fuimos más felices que nuestra juventud de ahora. Si de algo podía presumir aquella juventud, era del respeto y cariño tan arraigado que cada uno tenía a su familia. Quizá estos sentimientos fuesen la base de esa felicidad.

No quiero dejar de resaltar la personalidad de algunos hombres relevantes del momento que, desde mi punto de vista, destacaron por su comportamiento y buen hacer. De forma somera mencionaré de nuevo a Don Eladio y también a Don Serafín. Como maestros, ambos vivieron entregados a sus ocupaciones docentes con resultados muy positivos. Justo es mencionar también a Don Urbano, el médico. Todavía hoy me llega a la mente el recuerdo de su figura inconfundible mientras deambulaba por las calles del pueblo; a veces durante la noche. Acudía adonde fuese menester, tratando de llevar a cada casa un poco de consuelo y esperanza ante el dolor y la miseria de aquellos tiempos. Creo que fue una buena persona.

No me olvido del carpintero José Mora. Este hombre,  a pesar de sus años, supo ganarse el cariño y aprecio de la juventud de su barrio. Descanse en paz su alma allá donde se encuentre. Llevaré siempre tu recuerdo José, por tu digno comportamiento y por el detalle que tuviste con mi familia en aquellos años tan difíciles.

Estaría seguro de poder añadir a esta lista bastantes nombres. Personajes sencillos, para mi inolvidables, como lo fueron tío Andrés el “zapatero” que tenía su pequeño taller muy próximo a la Iglesia de Los Mártires. Había otro maestro conocido como “El retratista”, que daba clases particulares en su domicilio de la Calleja de María Jesús.   

Pero fue por la mitad de la década de los 60 cuando empezó a percibirse un incipiente cambio. Principalmente entre los jóvenes que, aunque muy despacio, iría calando en nuestra forma de pensar en principio y en nuestras vidas después. Fue entonces cuando empezamos a tomar conciencia real del profundo ambiente clasista en el que habíamos vivido que, aunque en regresión, todavía se dejaba notar con fuerza.

 Muchos jóvenes, casi todos con los mismos problemas y cada uno con una historia distinta, en contra de nuestra voluntad, tuvimos que abandonar nuestra tierra. Dejando mochilas de café, ganados y senaras fuimos marchando, unos para Alemania, otros para Madrid, Barcelona o Bilbao; no pocos ingresaron en el Ejército y Cuerpos de la Seguridad del Estado, Guardia Civil o Cuerpo Nacional de Policía, (Policía Armada en aquellos tiempos).

Fueron también innumerables las mujeres jóvenes que emprendieron viaje hasta las grandes ciudades; principalmente para trabajar como “sirvientas” --empleadas de hogar como se conoce ahora--. Todos fuimos saliendo del pueblo guiados hacia unas mejores condiciones laborales que se nos ofrecía. Cada cual  se aferrándose al trabajo que podía encontrar, sin poder tener en cuenta su vocación profesional.

Atrás, --casi olvidado hoy-- quedaba toda una vida llena de sacrificio de cientos de muchachos. Muchos habían nacido en cualquier humilde choza cubierta de retamas, de las muchas que se encontraban repartidas por nuestros campos. Dentro de ese ambiente que se describe fueron creciendo, mientras escuchaban cada noche al cárabo de la madrugada. Junto al rescoldo donde, lentamente, se consumían unos cuantos leños que daba calor a un par de ennegrecidos pucheros. Oyendo de sus mayores siempre los mismos relatos. Historias relacionadas con pantarujas o carnicerías causadas por los lobos en el ganado. Anécdotas sencillas pero que, a veces, impresionaban bajo la escasa luz de la llama tambaleante de un mugriento candil de aceite que, de forma casi perpetua, permanecía colgado de cualquier “gancho” del chozo. Trabajando de sol a sol,  junto a un rebaño de ganado o caminando por el surco tras el arado, fueron muchos los jóvenes que pasaron su niñez y los mejores años de juventud, sin otra ilusión que la ver amanecer cada mañana.

 Aquellos desplazamientos fueron angustiosos; traumáticos en algunos casos, al tener que dejar su tierra para dirigirse hacia un lugar ajeno e incierto. Aunque más adelante también tendría su lado positivo ya que, acoplado cada individuo a  su nueva situación, pronto se empezó a respirar otro ambiente económico más desahogado. Los emigrados enviaban dinero desde sus puntos de trabajo a las familias.  Las cosas empezaban a cambiar.

Por otro lado, el férreo régimen dictatorial que se había vivido, aunque despacio, ya empezaba a dar señales de aperturismo acompañado de un resurgir económico innegable que, sin duda, repercutía entre la clase obrera. Al encontrar empleo dentro de nuestras fronteras, cualquier muchacho daba la entrada para la adquisición de un modesto piso en propiedad. Otros se atrevían a comprar un cochecillo; casi siempre el Seat 600, que tan popular llegó a ser. En general, la gente empezaba a vivir de forma más alegre, aunque sufriendo siempre la añoranza de aquel pueblo que había quedado atrás.

Se circulaba de uno a otro lado sin temor, apartando poco a poco de la mente, los años de represión. A pesar de todo, ni se te ocurriera públicamente opinar todavía sobre el comunismo, pues muy bien podías ser detenido.

Al mismo tiempo, en las ciudades más importantes fuimos conociendo las huelgas y reivindicaciones obreras - por supuesto no autorizadas - alimentadas por los movimientos sindicalistas de izquierda, que ya por aquellas fechas empezaban a hacerse notar. Las calles de cualquier capital aparecían cada mañana sembradas de octavillas anunciando el choque frontal con las ideas que defendía el sindicato creado por la Dictadura.

Resulta curioso algo que, visto desde hoy, contrasta con la política que se vivía en aquellos momentos. A pesar de la dureza del  “Sistema”,  hay que reconocer, porque es cierto, que a los empresarios les era bastante difícil echar o despedir a cualquier obrero. Dicho de otra forma: cualquier puesto de trabajo estaba mucho más protegido que en la actualidad; siempre que el comportamiento del obrero fuese normal.

Hay que decir también, que con la llegada de lo que se conoció como “despegue industrial” dio comienzo el abandono de nuestros campos y cercados en general, dando lugar al tremendo y lamentable deterioro en el que se encuentran hoy.

Aunque de forma autobiográfica en principio, en estas líneas se ha tratado de relatar someramente el trascurso de nuestra juventud en Encinasola, situándonos desde principio de los 50 hasta  final de los 70.

 Para no dar lugar a interpretaciones que pudieran ser entendidas de forma poco acertada, en contra de la voluntad de quien escribe, no se mencionan hechos concretos ni nombres de personas, excepto las que, desde mi punto de vista, merecieron aunque sea a “título póstumo”, resaltar sus cualidades.

 

                                                                            J.M. Santos














5 comentarios:

  1. No tengo el gusto de conocer al Sr.Lunes pero lo felicito de todo corazon pues su articulo me ha transportado a mi niñez ,he disfrutado mucho al leerlo.
    Otro nostalgico

    domingo, marzo 05, 2006

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  2. Muy buen escrito como todos los que has publicado. Aunque a la juventud de ahora les suene a chino. Hace poco Santos, conté una historia de la época, que se hacia para sacar unas pesetas para la feria, que consistía en hacer una "esterquera" a la salida de las alcantarillas del camino de Jerez y meterse en las aguas fétidas para regar la misma para que pudriera y venderla. El joven que me escuchaba me dijo que éramos un poco guarros. Que te parece. Saludos amigo, sigue escribiendo tú que sabes.

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  3. Precioso relato Maestro. es un placer leer esta historia, aunque fueron momentos dificiles, haces que sienta nostalgia de esa juventud, que por edad no me tocó vivir. Pero no me hubiera importado compartir esos momentos de solidaridad, amistad y lucha porque no decirlo, tan faltos en mi generación. Saludos.

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  4. No me canso de leerlo amigo José Maria, es que son verdades como templos te felicito, yo me identifico entre las personas que mencionas, saludos.

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  5. Comentarios de facebook

    Josefina Borrallo JOSÉ, HOY ME HA EMOCIONADO ESPECIALMENTE, Y ¡ME QUITO EL SOMBRE ANTE USTED! UN AFECTUOSO SALUDO.
    7 de octubre a la(s) 13:47 · Me gusta · 1

    José M. Santos López Gracias Josefina
    7 de octubre a la(s) 17:35 · Me gusta

    Maria Dominguez Santos Pues yo tambien me quito el sombrero.Precioso
    7 de octubre a la(s) 17:38 · Me gusta

    Josefina Borrallo PARA NADA, GRACIAS A TI JOSÉ
    7 de octubre a la(s) 17:48 · Me gusta

    Alicia García Gómez Precioso relato amigo José M.
    Tiempos de escasez, de oscurantismo y en muchas circunstancias de sometimiento.
    Gracias por esas palabras que dedicas al médico del pueblo (mi padre). En aquellos fechas ayudó ejerciendo su labor profesional y en otros aspectos, más allá de sus obligaciones, que muchos no conocen y que en alguna ocasión te contaré.
    7 de octubre a la(s) 18:34 · Me gusta

    Andres Miranda Garcia J. María, si es posible que los recuerdos se implanten, esos me han sido implantados a mí. No conocí nada de eso, pero es como si lo hubiera vivido después de escuchar a mi padre contarlos mil veces. Saludos.
    8 de octubre a la(s) 11:04 · Me gusta · 1

    José M. Santos López Asi fue nuestra juventud Andrés, aunque contado de forma muy breve. Se podrían decir muchas más cosas.
    8 de octubre a la(s) 15:55 · Me gusta · 1

    Rosa López Delgado Un. Relato. Precioso. Primo un beso
    8 de octubre a la(s) 16:16 · Me gusta · 1

    Josefina Borrallo PUES CUÉNTANOS JOSÉ, CUÉNTANOS.
    8 de octubre a la(s) 20:00 · Me gusta · 1

    Maria Bermejo José María , lo he vuelto a leer porque me gustan mucho , te repito lo de siempre : sigue escribiendo . ¡
    Ayer a las 16:34 · Me gusta

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