Todos
conocemos el arroyo que, procedente del Pozo de la Cañada (La Cañá) donde se
forma, pasa bajo el puente que se encuentra próximo al conocido almacén del
desaparecido Ascensión Vargas. Se habla de la salida de Encinasola por la
carretera hacia Higuera la Real.
Junto
al cauce de este pequeño arroyo de invierno, en su orilla derecha teniendo en
cuenta el sentido de la corriente y distante como unos cien metros antes de
llegar al puente, se encuentra un manantial de agua que brota de entre las piedras.
El lugar fue conocido siempre como “Callejón de la Fuentiña”, donde aún existe una especie de pilón con su brocal construido de viejos
ladrillos y casi a nivel del suelo. Su agua, de muy buena calidad, entre otros
menesteres se recogía para cocer los pucheros de garbanzos. A él acudían
numerosas mujeres --a veces había que hacer cola-- con sus cántaros de barro.
Las más madrugadoras, sólo tenían que sumergirlo en el agua y, sin soltarlo de
la mano, se llenaba. En tiempo de verano, cuando ya el caudal manado durante la
noche casi se agotaba, había que meterse dentro e ir llenado con una lata del
escaso charquito que iba quedando en el fondo.
En
la orilla derecha del arroyo, entre el
manantial y el puente, colocaban las
amas de casa sus paneras de chapa y refregaderos de madera, lavando con el agua
abundante que, en primavera, corría limpia y transparente. A veces hasta se
bebía. Era frecuente ver ocho o diez mujeres en animada tertulia haciendo su
colada. Entre ellas siempre participaba la muchacha casadera que, tímidamente, ponía
al descubierto sus ilusiones o fracasos
amorosos.
La pared del callejón que limita el cercado
de “Tío Frasquito” quedaba engalanada con las ropas multicolores tendidas para
su secado, ofreciendo una agradable sensación que se podía observar desde bastante
distancia. Haciendo alarde de equilibrio, de regreso al pueblo, las lavanderas
transportaban las paneras llenas de ropa seca y limpia sobre sus cabezas. Para
amortiguar el peso se colocaban una
especie de tela bien enrollada llamada “rodilla”.
Hoy
día te llena de tristeza cuando pasas por los lugares que antes se mencionan y
notas el estado de degradación y abandono en que se encuentran. La Fuentiña, manantial que en otros tiempos fue
testigo mudo de tantas historias, la ves cubierta de “hierbajos” que obligan a
detenerte para comprobar que aún existe.
Se
añora igualmente el frescor de la brisa suave de poniente a la caída de la
tarde. En el verano nos sentábamos sobre las barandas del puente, bajo los
eucaliptos centenarios que formaban una hilera a cada lado de la carretera en
la entrada del pueblo. Desde este punto se observaba la estela de polvo (tamo) que
levantaban los trilladores de la era del Cerro de la Olla cuando, con sus bielgas, venteaban una y otra vez la parva.
Nunca
pude encontrar documento que lo confirme, pero el lugar que se menciona era
conocido por nuestros mayores como “Arroyo Galajo”
J.M.Santos.
YO SIEMPRE IVA A LAVAR LA ROPA CON MI MADRE, AUNQUE TAMBIEN ERA SITIO DE PASEO LOS DOMINGOS, SE ESTEBA MUY BIEN EN EL PUETE A LA SOMBRA DE LOS EUCALIPTOS. ANA MARI
ResponderEliminarInteresante relato que, para los que no somos del lugar, supone la suma añadida al conociendo de cada cual. Un abrazo.
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