viernes, 5 de enero de 2007

LA FUENTIÑA

   Estado en que se encontraba el arroyo en el momento de hacer la positiva. En esta zona que aparece, era donde se colocaban las lavanderas.


                                        
                              La Fuentiña,  totalmente oculta por la maleza.


       Todos conocemos el arroyo que, procedente del Pozo de la Cañada (La Cañá) donde se forma, pasa bajo el puente que se encuentra próximo al conocido almacén del desaparecido Ascensión Vargas. Se habla de la salida de Encinasola por la carretera hacia Higuera la Real.

  Junto al cauce de este pequeño arroyo de invierno, en su orilla derecha teniendo en cuenta el sentido de la corriente y distante como unos cien metros antes de llegar al puente, se encuentra un manantial de agua que brota de entre las piedras. El lugar fue conocido siempre como “Callejón de la Fuentiña”, donde  aún existe una  especie de pilón con su brocal construido de viejos ladrillos y casi a nivel del suelo. Su agua, de muy buena calidad, entre otros menesteres se recogía para cocer los pucheros de garbanzos. A él acudían numerosas mujeres --a veces había que hacer cola-- con sus cántaros de barro. Las más madrugadoras, sólo tenían que sumergirlo en el agua y, sin soltarlo de la mano, se llenaba. En tiempo de verano, cuando ya el caudal manado durante la noche casi se agotaba, había que meterse dentro e ir llenado con una lata del escaso charquito que iba quedando en el fondo.

  En la orilla derecha  del arroyo, entre el manantial y el puente,  colocaban las amas de casa sus paneras de chapa y refregaderos de madera, lavando con el agua abundante que, en primavera, corría limpia y transparente. A veces hasta se bebía. Era frecuente ver ocho o diez mujeres en animada tertulia haciendo su colada. Entre ellas siempre participaba la muchacha casadera que, tímidamente, ponía al  descubierto sus ilusiones o fracasos amorosos.

 La pared del callejón que limita el cercado de “Tío Frasquito” quedaba engalanada con las ropas multicolores tendidas para su secado, ofreciendo una agradable sensación que se podía observar desde bastante distancia. Haciendo alarde de equilibrio, de regreso al pueblo, las lavanderas transportaban las paneras llenas de ropa seca y limpia sobre sus cabezas. Para amortiguar el peso se  colocaban una especie de tela bien enrollada llamada “rodilla”.

Hoy día te llena de tristeza cuando pasas por los lugares que antes se mencionan y notas el estado de degradación y abandono en que se encuentran. La Fuentiña, manantial que en otros tiempos fue testigo mudo de tantas historias, la ves cubierta de “hierbajos” que obligan a detenerte para comprobar que aún existe.

Se añora igualmente el frescor de la brisa suave de poniente a la caída de la tarde. En el verano nos sentábamos sobre las barandas del puente, bajo los eucaliptos centenarios que formaban una hilera a cada lado de la carretera en la entrada del pueblo. Desde este punto se observaba la estela de polvo (tamo) que levantaban los trilladores de la era del Cerro de la Olla cuando, con sus bielgas, venteaban una y otra vez la parva.

 

Nunca pude encontrar documento que lo confirme, pero el lugar que se menciona era conocido por nuestros mayores como “Arroyo Galajo”

                                                                                                                                                                                        J.M.Santos.

 

 






2 comentarios:

  1. YO SIEMPRE IVA A LAVAR LA ROPA CON MI MADRE, AUNQUE TAMBIEN ERA SITIO DE PASEO LOS DOMINGOS, SE ESTEBA MUY BIEN EN EL PUETE A LA SOMBRA DE LOS EUCALIPTOS. ANA MARI

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  2. Interesante relato que, para los que no somos del lugar, supone la suma añadida al conociendo de cada cual. Un abrazo.

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