Se habló en otra ocasión de las muchas dificultades que atravesamos
cuando niños, pero se decía también que posiblemente fuimos más felices que
nuestra juventud de ahora. ¿Por que éramos más felices? pues muy sencillo.
Porque sabíamos jugar. Nos hartábamos de jugar de cualquier forma.
Durante nuestros primeros años
lo hacíamos con una simple tabla. Uno de nuestros mayores le colocaba cuatros
ruedas también de madera, atándole una cuerda de la que tirábamos horas y
horas. Luego vendrían los “bolindres” de barro, que se compraban y vendían por
cinco céntimos la media docena. Era a veces tal cantidad la que reuníamos, que
nos agujereaban los bolsillos de nuestros muy remendados pantalones de pana.
Algunos jugábamos al fútbol (a lo bruto) en el Grupo Escolar cuando
aún estaba a medio construir. Como pelota se usaba a veces una piedra lo más
redonda posible, recubierta con un trapo fuertemente atado a la misma. No se
seguía norma ni reglamento de ninguna clase, pero lo pasábamos “bomba”.
Entre los muchos juegos, los más frecuentes eran el “Chicuento”, la
“burra larga”, la “pingola”, “el repión” o ir a “buscar gamusinos”, mientras
que las niñas lo hacían a la “ranchuela” o a la “comba”. Igualmente, cualquier
momento era bueno para correr varios kilómetros tras una rueda metálica (aro), que se dirigía
con un artilugio de alambre llamado ”guiador”. Uno de los más atrevidos,
aunque un poco “salvaje”, era el siguiente: Los muchachos, como en casi todos
sitios, estábamos más o menos organizados por grupos pertenecientes cada uno a
la zona del pueblo donde tuviese su domicilio. (algo así como lo que se conoce
hoy como “bandas”, pero sin armas y con mucha menos mala idea ...)
Entre los distintos grupos, por
uno u otro motivo, siempre surgía algún contencioso o roce que era preciso
solventar. Para dar solución al problema, o más bien para hacer una
demostración de fuerza, se organizaba, casi siempre en el colegio lo que se
conocía como “echar una guea”. La confrontación, que era llevaba a cabo en un
lugar acordado, consistía en lo siguiente: Cada grupo, previamente cargado de
piedras, salía al encuentro del contrario. Cuando la distancia entre ambos
bandos se consideraba apropiada, se desencadenaba de repente una lluvia de
“peñascazos” que terminaba tan pronto como se agotaban los “proyectiles”. El
resultado no pasaba nunca de alguna “chifarrá” en la cabeza o cualquier otra
magulladura.
Casi nunca resultaban ni vencedores ni vencidos. Cada “ejército” se
volvía a su barrio tras la batalla, curando sus “chichones” si los hubiera. Eso
sí, aguantando al mismo tiempo los pescozones de nuestras madres. Al día
siguiente en el colegio o en la plaza todos juntos de nuevo, sin rencor y a preparar la próxima.
J.M.
Santos
yo,recuerdo algunos otros. como torito gacho,donde todos corriamos y al que se agachaba no lo podias tocar.
ResponderEliminarTambien ,estaba EL HIERRO, quién se agarraba de de alguna reja estaba salvado.LAS CUATRO ESQUINAS, EL TOPE EN CRUZ, LAS FIGURITAS, LA BOMBILLA ETC.
ANA MARI