Entre los años 50 y 60, para la mayoría de los pequeños
que crecimos dentro del ambiente rural, nuestra
gran ilusión era dormir una noche en el campo, a la intemperie. Se decía
“dormir al sereno”, lo que normalmente se llevaba a cabo en la temporada de
siega o recolección de los cereales y siempre acompañados de nuestros mayores.
No he
olvidado nunca mi primera noche. Fue en una finca conocida como “Los Leales”, donde
se encontraba mi familia trillando.
Los últimos
destellos del sol se ocultaron tras el horizonte, llegando a su ocaso la tarde
de un día caluroso de Julio. Después de cenar en una cazuela de madera, mi
abuelo apareció cargado con un pesado mantón de tiras y una antigua manta de
lana. En medio de la parva a medio trillar, tras alisar la paja con la mano, extendió
el mantón. ¡Ya estaba la cama dispuesta!
Cuando al poco rato la oscuridad de la noche hizo su
aparición, nos tumbamos uno junto al otro. Con mis ojos tremendamente abiertos
observaba el ancho cielo abarrotado de estrellas. Recuerdo que mi abuelo trataba de indicarme la situación de la constelación
Osa Mayor, así como el motivo por el que -- entre el pueblo llano-- era conocida
como “El Carro”. Decía además, que más
tarde se dejaría ver el lucero del alba, nombrado también como “mata-gañanes”; apodo
que recibía por ser coincidente su temprana aparición en el firmamento, con la
hora que se levantaban los trilladores para comenzar su jornada.
De aquella oscuridad
surgían una y otra vez ruidos, -- para mí extraños-- que se mezclaban con el chillido lastimero del
mochuelo y el inconfundible canto del cárabo, siendo respondido por otro de su
especie en el mismo tono cargado de misterio. Al escuchar lejanos y profundos aullidos,
pregunté sobresaltado. Mi abuelo me aclaró que procedían de los lobos; por
aquellos tiempos tan abundantes en nuestra tierra.
La noche seguía su curso mientras que la imaginación
infantil volaba imparable hasta que, por fin, el sueño rompió una fantasía
cargada de sensaciones irrepetibles.
Nunca supe el
momento que fui cubierto con la manta al refrescar la madrugada. Me despertaron
por la mañana, cuando el sol ya se dejaba ver sobre las ramas más altas de las
centenarias encinas.
Es uno de los recuerdos más bellos que guardo de la
niñez. Quien podía pensar, que años después y a lo largo de nuestra juventud, habríamos
de dormir, por necesidad, tantas y tantas veces bajo las estrellas. J.M. Santos
Vaya relato, todavía tengo los pelos de punta. Enhorabuena por tu lenguaje y forma de expresarte Lunes!!!
ResponderEliminarUn saludo.
martes, abril 04, 2006
¿quien eres Lunes?,me gusta tu manera de escribir.si te identifica te prometo que yo también lo haré.
ResponderEliminarmartes, abril 11, 2006
FANTASTICO RELATO, ME LLEGA AL CORAZON, PUES YO TAMBIEN HE DORMIDO BAJO EL MARAVILLOSO CIELO ESTRELLADO DE ENCINASOLA EN LA FINCA DEL CEBOLLAR CON MI FAMILIA PATERNA HACIENDO CARBON Y BAJO EL AULLIDO DE LOS LOBOS, Y CON LOS PELOS DE PUNTA.AUN HOY SE ME PONEN AL RECORDARLO
ResponderEliminarANA MARI
Los Cielos están declarando la gloría de Dios, y de la obra de sus manos la expansión está informando.
ResponderEliminarAMDD.