miércoles, 25 de marzo de 2009

LOS AMORES DE LUCRECIA


Marocha de pura cepa, Lucrecia debió de ser durante su juventud una chica atractiva, llena de vitalidad y simpatía. Sus primeros sentimientos de mujer se decantaron por un muchacho de su mismo pueblo.
Era Lorenzo, joven de familia humilde, sencillo, buen comunicador y agradable en su trato con los demás, cualidades que resaltaban en cualquier ambiente juvenil de la época.
No seria acertado decir que hubo “flechazo” entre ambos, pues se trataba de dos personas que habían crecido juntas, pero es indudable que desde el primer momento debió de nacer entre ellos tal fuerza de atracción y entendimiento, que presagiaba un futuro prometedor. ¡Había surgido el amor!
Pronto empezaron a aparecer los primeros nubarrones originados por la tremenda influencia de las madres sobre las hijas en aquellos tiempos a la hora de elegir pareja. La de Lucrecia no veía con buenos ojos aquel noviazgo, argumentando que Lorenzo era “poca cosa” para su hija. Llegó a tal extremo la presión familiar, que la joven no encontró otra salida que elegir, entre enfrentarse con su madre (cosa difícil e impensable en aquellos tiempos), o doblegar sus sentimientos en contra de aquella incipiente e ilusionada relación.
Obligada por las circunstancias escogió la segunda opción. El resultado fue que Lorenzo, poco tiempo después enamorado y deshecho, abandonó el pueblo para empezar nueva vida en una gran ciudad.
Pasado el tiempo un nuevo pretendiente tocó en el corazón de Lucrecia. Era José, hombre al parecer bien posicionado económicamente por ser dueño de algunas propiedades (fincas). A pesar de su holgada situación, no calaba lo suficiente en los sentimientos de la joven, que escapaban tras el recuerdo de su primera experiencia sentimental.
Y de nuevo intervino la influencia de su madre. Esta vez a favor de José, o más bien de su dinero, dando lugar al comienzo de su segunda relación. Por varios motivos, este noviazgo no tendría demasiada trayectoria al aparecer en escena una tercera persona. Se trataba de Elena, conocida también como “La de Picamijo”, hermosa mujer que tiraba sus “tejos” a José (o a sus propiedades). Se contaba por aquellos años, que para conseguir desbaratar su noviazgo con Lucrecia, la de “Picamijo” , sobre un dulce muy popular en el pueblo puso un misterioso y diabólico ingrediente, del que comió José cuando se encontraban en la celebración de una fiesta. Debió de hacer su efecto, pues poco tiempo después rompió su desafortunado compromiso con Lucrecia para casarse con Elena.
La historia del dulce daría mucho que hablar. Incluso se escribieron “coplillas” que popularmente se cantaban cuando José aparecía en cualquier celebración (bailes y carnavales). Las cosas no le fueron bien a este hombre, que terminó por vender sus propiedades quedando en la ruina más absoluta, llegando incluso a pedir limosnas.
Mientras que duró la relación entre José y Lucrecia, otro muchacho de Encinasola suspiraba para que la protagonista del relato pusiese sus ojos en él. Era Felipe, (persona que años después sería muy conocida en el pueblo). Este llegó a escribir una carta anónima a José en la no salía muy bien parada Lucrecia. El fin no era otro sino intentar romper el precario compromiso que existía entre ambos.
Se decía, que cuando Felipe se incorporó al Ejército para cumplir la “mili”, dejó a su amigo Juan el encargo de que vigilara de cerca a Lucrecia y le informara de sus andanzas mientra él estuviese fuera del pueblo. Llegó a tal extremo el interés de Juan en el seguimiento, que terminó por enamorarse de la chica dejando “colgado” a su amigo Felipe.
Juan enfermaría de gravedad poco después, terminando sus días en un pueblo cercano a Encinasola.
Aparece en escena otro hombre. Es Roberto, siendo éste quien por fin se llevó “el gato al agua” al casarse mas tarde con Lucrecia. Cuentan de él que era un hombre noble y sencillo, teniendo además a su favor la bendición de los padres de la muchacha. Trabajaba en el campo, como bracero de una finca. Al parecer, cada vez que venia al pueblo, en sus bestias cargaba garbanzos, harina y todas las vituallas posibles, prebenda cuyo destino no era otro sino la familia, mas que numerosa, de su pretendida, sacándoles de mil apuros en aquellos duros años de miseria.
No termina aquí la historia amorosa de Lucrecia. Su último pretendiente conocido seria un apuesto muchacho, militar con graduación. No era del pueblo, pero procedía de una familia muy conocida de rango social destacado, posición que en aquellos tiempos no era nada despreciable.
Es éste quizás el tren de la vida de Lucrecia al que nunca llegó a subir, pues todo indicaba (a juzgar por las cartas que aparecen) que era Luis un hombre formal y cargado de buenas intenciones. Más lamentable aún si se tiene en cuanta que ella se hubiese enamorado sin duda del muchacho, pues como se dice en nuestro pueblo,“le hacia tilín”.
Pero de nuevo se impone la voluntad maternal que, viendo peligrar la relación de su niña con Roberto, escribe una carta a Luis en tono de “ultimátum” diciéndole que dejase tranquila a su hija, sólo por el hecho de creer que venía a reírse de ella.
Tal como se ha dicho antes, Roberto terminó casado con Lucrecia, unión de la que nacieron hijos. Si fue o no feliz en su matrimonio, sólo ella en su intimidad lo podrá decir.
Hoy vive alejada de la tierra que la vio nacer, suspirando cada día por volver a respirar el aire de su Encinasola. Con casi noventa años y una claridad de ideas que asombra, no tiene reparo en decir cada vez que viene a cuento, que el gran amor de su vida fue Lorenzo, muchacho al que no ha pasado ni un sólo día sin recordarlo.
Lejos de la realidad estaría si alguien piensa que este relato es lo más parecido a un “culebrón” televisivo. Lo que aquí se cuenta es real. Sí se debe aclarar, que por motivos de privacidad, ninguno de los personajes aparece con su nombre verdadero, omitiéndose igualmente algunas anécdotas que no hemos creído oportuno que salgan a la luz.
Cuenta además Lucrecia, que ninguno de los hombres de los que cruzaron por su vida sentimental se sobrepasó ni un ápice con ella, cosa más que posible si se tiene en cuenta los años en los que se sitúa el relato, final de la década de los 30 y primeros de los 40.
Las cartas que figuran al final son copias de las originales que recibió de su último pretendiente, habiendo sido facilitadas por ella misma, documentos que guarda con cariño y que considera como parte de su vida.

J.M. Santos




3 comentarios:

  1. José Maria, un relato muy entretenido. Si que tenia que ser guapa la tal Lucrecia, pero siendo de Encinasola, es lo mas natural. Un abrazo y hasta que nos veamos otra vez.
    A.Vaello

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  2. José María estupendo relato como todos los que haces.
    Es una pena que Lucrecia no viviera la romántica historia de amor con el hobre de sus sueños, pero las circunstacias y la vida a veces se empeñan en separar los destinos de las personas que se aman con pasión, nunca sabremos si es para bien o para mal.
    La historia de Lucrecia es una de tantas.

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  3. Leyendo el relato he recordado a alguien que le habia sucedido algo parecido, no lo pongo en pie, pero seguro que es veridico.
    Jose Maria Un saludo eres el mejor.
    Faustino

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