viernes, 5 de enero de 2007

JOSE (CAPAMELONES)



Han trascurrido más de 70 años. Solo se pretende con este relato contar unos hechos que desgraciadamente ocurrieron, sin ninguna  intención de hurgar en viejas heridas que, aunque cerradas por la distancia en el tiempo, pudieran quedar aún latentes en el recuerdo de quienes las sufrieron.

José era un hombre sencillo que vivía con su familia en una pequeña y humilde casita de un solo cuerpo situada en las proximidades de Encinasola; concretamente en un huertecillo junto el Arroyo de la Jara,  zona de Cagapalitos y frente a lo que se conoce como los Peñones de Maleno. Trabajaba en el campo, haciendo lo que le saliera. Algunas cabezas de ganado y hortalizas que sembraba, ayudaban al mantenimiento de los suyos.
Se encontraba un día en la ribera, junto a la charca conocida como “De la Justicia”. Mientras talaba ramajes de chopo para sus cabras, enganchado en uno de los árboles, encontró una cadena de oro de la que colgaba un crucifijo. Pudo haberse callado y quedarse con la joya pero, tan pronto se presentó la ocasión, comentó el hecho a unos vecinos del lugar de la familia de los “Chicotes”. Éstos, conocedores de la procedencia y pérdida de la cadena, le hicieron saber que pertenecía al Comandante de Puesto de de la Guardia Civil de Encinasola, quien al parecer la había extraviado mientras disfrutaba  de un día de barbacoa con sus amigos.
Tiempo faltó a José para ir al  pueblo con la idea de hacerla llegar a su dueño. Orgulloso de su acción, después de afeitarse en la barbería para estar presentable, se dirigió al Cuartel donde hizo entrega de la joya a su propietario. Seguidamente regresó a casa con la satisfacción de haber cumplido con su deber.

Pero dejemos de momento a un lado  la cadena.

Pasaron los años. Aunque la vida cotidiana continuaba, la situación política se agitaba por momentos. Por el horizonte empezaban a aparecer oscuros nubarrones que no presagiaban nada halagüeño. Cada día se escuchaba alguna noticia estremecedoras. Por fin llegó el estallido de nuestra Guerra Civil que regaría de dolor y sangre  todos los pueblos de España. Por tal motivo fueron numerosas las familias que, aterrorizadas, huyeron de sus casas ante el temor de posibles represalias por parte de las tropas golpistas que avanzaban imparables.
José fue uno más de los huidos. Junto con su mujer e hijos marcharon a la finca conocida como La Breña, ocultándose en la que se conoce como “La Casa de las Culebras”. Decidieron llevarse las pocas cabras que tenían, para que al menos no les faltase leche. Días después se trasladarían al término de Cumbres, acampando a la intemperie en otra finca denominada “El Quemao”, donde se encontraban en la misma situación, otras muchas personas.
Era su esposa la que, de vez en cuando, se desplazaba hasta su casa de Arroyo la Jara para cuidar algunos cerdos y gallinas que habían quedado atrás. Cada vez que iba observaba que faltaba algún animal, hasta que por fin desaparecieron todos. Al parecer, los responsables de tales hechos habían sido algunas personas afines al levantamiento de las que controlaban la situación en el pueblo.
Fueron muchos días de penalidades los que pasaron escondidos en el campo. Al considerar que la situación se iba calmando y teniendo en cuenta que a él no le figuraba ninguna significación, ni política ni de otro tipo, volvieron a su domicilio.  Se equivocaron, ya que hechos gravísimos seguían ocurriendo a cada momento.
El mismo día de su regreso fueron apresados varios hombres. Uno de ellos que procedía de Almonaster la Real, cuando era conducido para ser oído en declaración, escapó. Al no ser conocedor del terreno, huyó por una zona descubierta dirigiéndose  hacia La Peña. Perseguido de inmediato, fue  abatido a tiros, cayendo en un lugar que se conocía como “El Cerro  de los Cinco Pinos”.
En principio y hasta tanto no se fueron aclarando los hechos, algunas  personas del pueblo que sabían del regreso de José, lo confundieron con el huido, extendiéndose  el rumor de que el fallecido había sido él.
Pero también supieron de su regreso en el Cuartel. Al parecer, la información la facilitó un conocido comerciante del pueblo guiado por mezquinos motivos de interés económico, que no merece la pena ni mencionar. Su nombre, por respeto a sus familiares, se omite. Esa misma noche, sobre las 02.30 horas, tocaron en la puerta de su domicilio. Dentro del reducido habitáculo se encontraban acostados, a un lado el matrimonio y en el otro extremo sus dos hijos, niño y niña, de 6 y 13 años respectivamente.
José, tras encender un candil de aceite, se levantó abriendo la puerta.. Seguidamente entraron tres guardias que, sin dar ninguna explicación, le ataron sus muñecas con una cuerda. Cuando se disponían a sacarlo de casa, su esposa le colocó en la cabeza un sombrero, --prenda tan habitual en aquellos tiempos---. Debido al nerviosismo quedó mal colocado y el detenido, con sus manos atadas, intentó ajustarlo en su sitio.
 Los agentes interpretaron que intentaba soltarse de su atadura ayudándose con sus dientes, motivo que fue origen de que la emprendieran a golpes con él. Ante tal situación, su mujer, presa de un ataque de histerismo, miedo y dolor, saltó instintivamente en defensa de su marido. Rechazada de un manotazo, cayó sobre su camastro. Los niños, testigos mudos de lo que sucedía, asustados y apretujados uno contra el otro, lloraban amargamente desde su rincón viendo como se llevaban a su padre.
            José fue conducido al Cuartel donde ya le esperaba el famoso Comandante de Puesto que, como fiera que juega con su presa, de forma pausada empezó a describir círculos alrededor de él, diciendo: ¡Coño, coño!... Conque tu eres el rojo José Pérez... ¡Pues muy bien!... ¡¡Dime!!... ¿Cuántas jaranas has hecho mientras has estado por ahí huido ?...  ¡Pues no te conocía yo!...
En esos difíciles momentos, aterrado, José se atrevió a decir: “Pues no tiene usted buena memoria, ya que hace unos años vine a traerle el cordón y crucifijo de oro que perdió en la Charca de la Justicia”.
El Comandante, asombrado, se le quedó mirando fijamente y dijo:... ¡Hombre, eres tú!... ¡Pues sí que es cierto!... No llegaron a terminar el interrogatorio. En aquéllos momentos el jefe dijo: Esperad, que voy a consultar unos datos. Al poco rato volvió, ordenando de inmediato que le pusieran en libertad y lo trasladaran a su domicilio.
Al salir del cuartel, aturdido por el terror, miró de reojo hacia una camioneta que se encontraba en la puerta ocupada por varios hombres, también detenidos. La suerte de algunos de ellos fue distinta. Esa misma noche fueron fusilados, como posiblemente le hubiese ocurrido a él.

Nota del autor:

Es una historia más de las muchas que tuvieron lugar en los días trágicos que siguieron al comienzo de aquella guerra fratricida. Los hechos que se recogen en el relato son rigurosamente ciertos, habiendo sido facilitados por un testigo de excepción: El niño, de nombre Antonio que aparece en el mismo, hoy ya un anciano. Mientras le escuchaba, no he notado odio ni resentimiento en sus palabras, aunque sí un profundo  y viejo dolor.
Cuenta, que durante toda su existencia, desde que empezó a comprender las cosas, ha vivido siempre cargado con ese triste recuerdo, convencido además, de que a su padre le sacaron de casa para fusilarle. Su único delito… estar afiliado al Partido Socialista del momento.
¿Estaba marcado en su destino que esa noche José salvara la vida?... ¿Fue quizá un milagro?... Cada cual saque sus propias conclusiones. 
                                                                                              J.M. Santos
























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