Han
trascurrido más de 70 años. Solo se pretende con este relato contar unos hechos que desgraciadamente
ocurrieron, sin ninguna intención de
hurgar en viejas heridas que, aunque cerradas por la distancia en el tiempo, pudieran
quedar aún latentes en el recuerdo de quienes las sufrieron.
José era un hombre sencillo que
vivía con su familia en una pequeña y humilde casita de un solo cuerpo situada en
las proximidades de Encinasola; concretamente en un huertecillo junto el Arroyo
de la Jara , zona de Cagapalitos y frente a lo que se conoce
como los Peñones de Maleno. Trabajaba en el campo, haciendo lo que le saliera.
Algunas cabezas de ganado y hortalizas que sembraba, ayudaban al mantenimiento
de los suyos.
Se
encontraba un día en la ribera ,
junto a la charca conocida como “De la Justicia ”. Mientras talaba ramajes de chopo para
sus cabras, enganchado en uno de los árboles, encontró una cadena de oro de la
que colgaba un crucifijo. Pudo haberse callado y quedarse con la joya pero, tan
pronto se presentó la ocasión, comentó el hecho a unos vecinos del lugar de la
familia de los “Chicotes”. Éstos, conocedores de la procedencia y pérdida de la
cadena, le hicieron saber que pertenecía al Comandante de Puesto de de la Guardia Civil de
Encinasola, quien al parecer la había extraviado mientras disfrutaba de un día de barbacoa con sus amigos.
Tiempo
faltó a José para ir al pueblo con la
idea de hacerla llegar a su dueño. Orgulloso de su acción, después de afeitarse
en la barbería para estar presentable, se dirigió al Cuartel donde hizo entrega
de la joya a su propietario. Seguidamente regresó a casa con la satisfacción de haber cumplido con
su deber.
Pero
dejemos de momento a un lado la cadena.
Pasaron los
años. Aunque la vida cotidiana continuaba, la situación política se agitaba por
momentos. Por el horizonte empezaban a aparecer oscuros nubarrones que no
presagiaban nada halagüeño. Cada día se escuchaba alguna noticia estremecedoras. Por fin llegó el estallido de nuestra Guerra Civil que
regaría de dolor y sangre todos los pueblos
de España. Por tal motivo fueron numerosas las familias que, aterrorizadas, huyeron
de sus casas ante el temor de posibles represalias por parte de
las tropas golpistas que avanzaban imparables.
José fue
uno más de los huidos. Junto con su mujer e hijos marcharon a la finca conocida como La Breña , ocultándose en la que
se conoce como “La Casa
de las Culebras”. Decidieron llevarse las pocas cabras que tenían, para que al
menos no les faltase leche. Días después se trasladarían al término de Cumbres,
acampando a la intemperie en otra finca denominada “El Quemao”, donde se
encontraban en la misma situación, otras muchas personas.
Era su
esposa la que, de vez en cuando, se desplazaba hasta su casa de Arroyo la Jara para cuidar algunos
cerdos y gallinas que habían quedado atrás. Cada vez que iba observaba que faltaba
algún animal, hasta que por fin desaparecieron todos. Al parecer, los
responsables de tales hechos habían sido algunas personas afines al
levantamiento de las que controlaban la situación en el pueblo.
Fueron
muchos días de penalidades los que pasaron escondidos en el campo. Al
considerar que la situación se iba calmando y teniendo en cuenta que a él no le
figuraba ninguna significación, ni política ni de otro tipo, volvieron a su
domicilio. Se equivocaron, ya que hechos
gravísimos seguían ocurriendo a cada momento.
El mismo
día de su regreso fueron apresados varios hombres. Uno de ellos que procedía de
Almonaster la Real ,
cuando era conducido para ser oído en declaración, escapó. Al no ser conocedor
del terreno, huyó por una zona descubierta dirigiéndose hacia La Peña. Perseguido de inmediato, fue abatido a tiros, cayendo en un lugar que se
conocía como “El Cerro de los Cinco
Pinos”.
En
principio y hasta tanto no se fueron aclarando los hechos, algunas personas del pueblo que sabían del regreso de
José, lo confundieron con el huido, extendiéndose el rumor de que el fallecido había sido él.
Pero
también supieron de su regreso en el Cuartel. Al parecer, la información la
facilitó un conocido comerciante del pueblo guiado por mezquinos motivos de
interés económico, que no merece la pena ni mencionar. Su nombre, por respeto a
sus familiares, se omite. Esa misma noche, sobre las 02.30 horas, tocaron en la
puerta de su domicilio. Dentro del reducido habitáculo se encontraban
acostados, a un lado el matrimonio y en el otro extremo sus dos hijos, niño y
niña, de 6 y 13 años respectivamente.
José,
tras encender un candil de aceite, se levantó abriendo la puerta.. Seguidamente
entraron tres guardias que, sin dar ninguna explicación, le ataron sus muñecas
con una cuerda. Cuando se disponían a sacarlo de casa, su esposa le colocó en la
cabeza un sombrero, --prenda tan habitual en aquellos tiempos---. Debido al
nerviosismo quedó mal colocado y el detenido, con sus manos atadas, intentó
ajustarlo en su sitio.
Los agentes interpretaron que intentaba soltarse de su atadura ayudándose con sus dientes, motivo que fue origen de que
la emprendieran a golpes con él. Ante tal situación, su mujer, presa de un
ataque de histerismo, miedo y dolor, saltó instintivamente en defensa de su
marido. Rechazada de un manotazo, cayó sobre su camastro. Los niños,
testigos mudos de lo que sucedía, asustados y apretujados uno contra el otro,
lloraban amargamente desde su rincón viendo como se llevaban a su padre.
José fue conducido al Cuartel donde ya le esperaba el famoso Comandante
de Puesto que, como fiera que juega con su presa, de forma pausada empezó a describir círculos alrededor
de él, diciendo: ¡Coño, coño!... Conque tu eres el rojo José
Pérez... ¡Pues muy bien!... ¡¡Dime!!... ¿Cuántas jaranas has hecho mientras has
estado por ahí huido ?... ¡Pues no te
conocía yo!...
En esos
difíciles momentos, aterrado, José se atrevió a decir: “Pues no tiene usted buena
memoria, ya que hace unos años vine a traerle el cordón y crucifijo de oro que
perdió en la Charca
de la Justicia ”.
El
Comandante, asombrado, se le quedó mirando fijamente y dijo:... ¡Hombre,
eres tú!... ¡Pues sí que es cierto!... No llegaron a terminar el
interrogatorio. En aquéllos momentos el jefe dijo: Esperad, que voy a consultar
unos datos. Al poco rato volvió, ordenando de inmediato que le pusieran en
libertad y lo trasladaran a su domicilio.
Al salir
del cuartel, aturdido por el terror, miró de reojo hacia una camioneta que se
encontraba en la puerta ocupada por varios hombres, también detenidos. La suerte
de algunos de ellos fue distinta. Esa misma noche fueron fusilados, como posiblemente le hubiese ocurrido a él.
Nota del autor:
Es una historia
más de las muchas que tuvieron lugar en los días trágicos que siguieron al
comienzo de aquella guerra fratricida. Los hechos que se recogen en el relato
son rigurosamente ciertos, habiendo sido facilitados por un testigo de
excepción: El niño, de nombre Antonio que aparece en el mismo, hoy ya un
anciano. Mientras le escuchaba, no he notado odio ni resentimiento en sus
palabras, aunque sí un profundo y viejo dolor.
Cuenta,
que durante toda su existencia, desde que empezó a comprender las cosas, ha
vivido siempre cargado con ese triste recuerdo, convencido además, de que a su
padre le sacaron de casa para fusilarle. Su único delito… estar afiliado al
Partido Socialista del momento.
¿Estaba
marcado en su destino que esa noche José salvara la vida?... ¿Fue quizá un
milagro?... Cada cual
saque sus propias conclusiones.
J.M.
Santos
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